lunes, 4 de octubre de 2010

Change a profile picture...

Y cómo se atreven a pensar que reconocen al otro, a la diferencia? Si no somos capaces de reconocernos a nosotros mismos y necesitamos, casi como se necesita tomar agua, actualizar "nuestra" imagen cada 7 horas para dar cuenta de lo que somos, de lo que hacemos y de lo que pensamos. De lo que hice, de lo que produzco, de lo que siento, de lo que ignoro, de mi lugar y mi espacio. Se configura entonces casi como una necesidad bizarra de dar cuenta de lo que hago y vos no haces, del lugar que yo conocí y vos no conocerás, del viaje que hice y que vos no harás, del país que visité y vos ves por TV, del último juguete que compré y que vos verás en vitrinas y en folletos tirados en la calle, del lugar que sueñas conocer y que yo visito todas las semanas. Y seguimos pasando nuestras imágenes en donde pretendemos reconocernos y aparece una en la que se sostiene un cartón rectangular que también pretende reconocernos e identificarnos, un cartón por el que me vestí 5 años en jeans, tennis y mochila, pero que debo recibir (y quiero recibir) con un nudo en la garganta, no de la emoción sino de alguna de aquellas tiras de seda que muy bien Don Chinche satirizaba. Y pasan 12 horas y esa imagen ya no soy yo, porque necesito "actualizarme" y mostrarles que conozco Paris, con una foto en donde no se ve Paris sino me veo yo, aunque no me reconozco y la foto no dice mucho...


Alguna vez aprendí que una foto debe mostrar un lugar como "habitable", no como visitable y en ese proceso, a pesar de los errores, elegí después de un tiempo, estar atrás de la cámara para contar mi historia de otros lugares y de otros, tan iguales y diferentes como yo, porque la mía, me la pueden preguntar y se las cuento en voz baja, no en la mitad del panóptico...

sábado, 4 de septiembre de 2010

256 puntos suspensivos de gris medio...

Y a la larga estos tiempos violentos no son más que puntos suspensivos que se suceden, que puestos en línea (la línea que te imagines, recta, estirada, con ondas o sin ellas, hecha con estrictos manuales de construcción de líneas o puesta ahí por el azar, en la arena por el mar) no dan cuenta de nada a los extraños de mi historia, aquellos puntos no se delimitan los unos de los otros, no se sabe si aquel punto es del tríptico de la diestra o la siniestra y todo se configura entonces tan sólo como una continuidad discontinua... Sólo se podrían hacer notar algunos puntos suspensivos, elegidos entre todos bajo algún azar propio del Fausto de Goethe o de las notas del "violín del diablo" del Caprice N° 24 de Paganini, sería posible encerrándolos, a esos tres personajes, en medio de unos paréntesis, pero quizá entonces no harían más parte de la absurda continuidad(...)

domingo, 8 de agosto de 2010

Eran casi las diez...

…Eran casi las diez de la noche, sentía ganas de llamar para despedirme porque ella era la única que no sabía que me iba tal vez para siempre, pero quizá ya había sido suficiente todo el dolor que había producido en mi casa la noticia de que me marchaba. A pesar de las continuas intenciones de alejarme del cigarrillo, me acerqué a una de las tiendas de la terminal de buses y compré un cigarro. Tal vez se me notaba en la cara el dolor de dejar atrás esta ciudad porque la mujer que me atendió decidió no cobrármelo. Encendí el cigarrillo y me acerqué caminando hasta el gigante ventanal que permitía ver la partida y la llegada de los buses, cada uno repleto de historias y mundos, de lágrimas, de alegrías y de promesas de regresar algún día, sentía una profunda tristeza pero irme y dejarlo todo atrás era uno de mis sueños.


Me acerque a una banca y me senté a mirar pasar la gente por la plazoleta, después de un rato allí mirando a todos y a nadie, saqué de mi maleta un pequeño cuaderno y un lápiz viejo y durante un momento hice algunos rayones por toda la hoja tratando de dibujar algo, sin embargo los muñecos que dibujaba no tenían ningún sentido, simplemente de esa forma, haciendo rayones, trataba de soportar la espera que sufría mientras me permitían abordar el bus que me llevaría lejos de este país. Metí las manos en los bolsillos de la chaqueta y con la mano derecha encontré el boleto del autobús, allí se leía que a la media noche saldría el bus que esperaba, justo a media noche partiría de mis sueños para cumplir otro, justo en medio de la oscuridad saldría de mi ciudad sin la certeza de volver, justo a media noche me alejaría de todo lo que tenía y de lo que nunca pude tener.


Estuve cabizbajo algunos minutos después de pensar eso, tenía ganas de llamar a muchas personas y despedirme pero sentía que mi partida y mi ausencia sólo le importaban a muy pocas personas, sin embargo cuando pensé en llamarla a ella, no pude responder si ella me extrañaría o no, no sabía si yo le iba a hacer falta, no podía responder eso. Me levanté de la silla y fije la mirada en uno de los relojes de la Terminal, eran las 22:38 de la noche. Bajé la mirada hacia el inmenso corredor de la estación de buses tratando de perderme entre los afanes de quienes corrían para alcanzar las ventanillas de registro, pensaba lo larga que sería la espera en medio de la tristeza y me imaginaba que aquella espera sería menos dolorosa si ella llegase por una de las puertas de acceso y me acompañara hasta la media noche.


Quizás si ella estuviese aquí acompañándome, no sentiría el dolor que soportaba al ver cómo el reloj se acercaba como un verdugo con pies de plomo a las 00:00. Tenía muchas ganas de despedirme de ella pero quizá a ella no le importaba despedirse porque casi siempre estuvimos lejos uno del otro, por su locura y por la mía, por sus miedos y por los míos, porque ella talvez nunca quiso estar cerca o porque yo no supe hacerle falta. Volví a ver el boleto del autobús y sentí ganas de que fueran no uno sino dos los boletos que estaban en mi bolsillo, que fueran dos los boletos que esperaban la media noche y que junto a mi maleta hubiera otra cargada con los sueños de ella.


Fijé otra vez mis ojos en el reloj y mientras veía como pasaban lentamente los minutos caminé hasta uno de los teléfonos de la Terminal, marqué el número de su teléfono móvil y hablamos un instante, un breve instante, hablamos sobre la universidad y las clases, sobre las vacaciones, sobre sus trabajos, sobre mis cuentos extraños, sobre su gato y sobre mi perro, hablamos de todo y no hablamos de nada. Ella me dijo después de un rato que tenía sueño y que estaba estresada y que prefería que habláramos otro día, le dije que no había problema pero nunca le mencione que en menos de una hora me iba para siempre, le dije que se cuidara de todos sus fantasmas y le dije que la quería mucho, sin embargo después de la última frase hubo por algunos segundos un ensordecedor silencio al otro lado del teléfono y luego un frío “chao”.


Colgué el teléfono y fui caminando lentamente hacia la silla en donde estaba mi maleta, busqué algunas monedas y fui a comprar otro cigarrillo. Pagué el que debía de antes y compré una caja entera porque el frío, la soledad y la tristeza me atormentaban, volví otra vez al ventanal a esperar que llegara mi bus y saqué un cigarrillo y lo encendí…


…Tal vez cuando llegue a mi destino le escriba un cuento diciéndole que me fui, además alguna vez me dijo que le gustaba recibir por lo menos mis cuentos.

jueves, 15 de julio de 2010

Día Gris Medio...

(Segunda página)


Tomó algunas de las notas que cargaba en su mochila y empezó a repasar una y otra vez cada pequello detalle de lo que había allí escrito. Aún no entendía bien por qué conservaba aquella maraña de papeles; garabatos, textos oscuros, pedazos de canciones inéditas, cuentos cortos, crónicas y hasta frases sueltas formaban aquella colección de recuerdos y de diminutos instantes. Quizá, en otro tiempo, uno de sus estúpidos arrebatos lo habría llevado a botarlo todo, a prenderle fuego a cada una de aquellas hojas de papel para luego ahogarlas con agua helada, asi pensaba antes, todo se borraba, el fuego y el agua se llevarían todo. Pero con su recuerdo y con el rompecabezas de papeles que guiaban esa historia nunca quizo hacer algo parecido, quizás fue en medio de alguna madrugaba de esas en las que solía levantarse a ver la tormenta desde la ventana mientras escribía, encontró el equilibrio soportable entre recordarla y quererla, porque al contrario, quizás sobraban las razones para recordar aquel día.


Habían pasado ya muchos años después de aquel extraño día, pero aún recordaba cada diminuto instante de aguel “día gris medio”, nombre con el que en una de sus secretas conversaciones habían llamado esa primera tarde en la que sus ojos se encontraron más de una vez sin nada de accidente. Aún recordaba el sabor de ese día, un sabor que cada vez más se alejaba en medio de la distancia y el tiempo y en la imposibilidad de repetirlo de nuevo. Ahora se daba cuenta que todo sumaba un día completo, un amanecer escribiendo para ella, una mañana sobre los tejados de barro, una medio día en cámara lenta a través de quienes caminaban entre ellos, una tarde con pasos lentos y toda una noche para grabarse para siempre sus ojos y su boca, todo estaba allí en medio de sus notas y de sus papeles, cada diminuto instante había provocado algo y ahora solo eran un desorden de escritos que ocuparían su mochila para siempre.


Dejó de escribir por un momento y volvió a encender el tabaco que reposaba sobre la mesa, el cese de la lluvia permitía salir a la gente que volvía a caminar por la ciudad y la inclinación de la calle del bar, que desembocaba en una gran avenida, le ofrecía otra vez esa imagen que tanto le gustaba, esa cámara lenta lejana de las cabezas y de los cuerpos de quienes iban y venían por la acera, que con sus movimientos y vaivenes parecían las pequeñas crestas de un mar en calma, aquel que se mese suave y tranquilamente antes y después de una gran tormenta. Fumó otro cuarto de su tabaco mientras observaba aquel tiovivo de figuras sobre la acera lejana y esperó a que llegara el café, que muy bien sabía que no le gustaba pero que de vez en cuando tomaba en algún lugar mientras escribía, tomando siempre un primer sorbo de la taza muy caliente, quizás era la única razón por la que pedía café, le divertía las siguientes horas ese ardor en la lengua de cuando se quemaba.


Cuando llegó el camarero con el café se produjo la típica conversación sobre el clima y la lluvía que acababa de pasar lo que lo hizo salir por unos breves momentos de su ausencia lejana, detalles y opiniones acomodadas y predecibles sobre un fenómeno natural que afectaba las vidas de todos. Así siempre ocurría, cada momento de la taciturna cotidianidad que había construído en aquella ciudad lo sacaban de su extraño planeta y le permitían continuar su vida sin más pretensiones que las de llegar a su casa y esperar que la batalla entre los recuerdos, las ganas de escribir y el cansancio, no se prolongara por muchas horas. Cada día nuevo era un volver a comenzar, un espacio en blanco en su cabeza mientras iba de aquí para allá a través de la monstruosa ciudad, caminando rápido, a toda prisa, sin tiempo para detenerse en los detalles de alguna vitrina o de alguna parada de autobús, simplemente soportando una deriva controlada que lo mantenía en aquella ciudad con vida, con algo de dinero. Cuando llegaba la tarde y la deriva se iba era cuando ralentizaba sus pasos y se perdía en su extraña ausencia.


Continuará...


jueves, 1 de julio de 2010

Y nada más...

…Y ella apareció, estaba allí parada bajo la fuerte lluvia, conversaba con alguien que soportaba la lluvia sólo por estar junto a ella, pero él sentado en uno de los escalones de aquel viejo edificio que se había convertido en su casa, odiaba verla, odiaba ser un idiota que miraba, odiaba ser un maldito cobarde y haber encontrado una vez sus ojos, odiaba no soportar la lluvia junto a ella. Él siempre estaba allí, ella de vez en cuando lo miraba como cuando alguien mira la noche estrellada y ve una estrella más, de esas opacas y lejanas en las cuales la gente no se detiene mucho, así lo miraba ella, a veces solo a veces y cuando ella se cansaba por fin de la lluvia, subía los escalones y pasaba justo al lado de él dejando caer una hoja en blanco, una hoja en la que todos los días en el mismo escalón aparecía un cuento.


Pero ese siguiente día no hubo lluvia, ya era tarde y no llovía, había algunas nubes grises y una bruma espesa se asentaba pero no llovía, el viento traía notas melancólicas y parecía triste pero aún así parecía imposible que cayera alguna gota. Ella llegó hasta los escalones para recoger su cuento pero la hoja que había arrojado la tarde anterior no aparecía por ningún lado, buscó hasta el último escalón pero nada aparecía, allí no había ni cuento ni escritor. Se sintió extraña, era la primera vez que él no había dejado su cuento pero ¿cómo reclamarle?, si ella tan solo sabía que él vivía en algún rincón de aquel edificio, no sabía nada más de él, nunca se había sentado a su lado a soportar la lluvia, solo lo miraba a veces y antes de irse le tiraba la hoja en blanco para su próximo cuento…


…Pensando en eso nunca le había hablado, ni siquiera para darle las gracias por alguno de sus cuentos ni para discutirle cuando el final de alguno no le gustaba, se sentía rara, él no significaba nada para ella pero se sentía extraña, trató de no pensar en nada y se sentó justo en el escalón en donde se sentaba aquel escritor. -¡Levántate!- ella escuchó y giró su cuerpo para ver quien hablaba y allí atrás, unos escalones arriba, estaba él con los ojos llenos de furia. -¡Que te levantes!- volvió a gritar él, -¡talvez seas la Muerte pero no tienes derecho a poner tu fría sombra sobre mis cuentos!-. Ella se levantó y ahí en el escalón estaba el viejo libro en donde el escondía sus cuentos y las hojas que le dejaba, entonces ella lo miró fijamente, -¿Muerte, cómo te atreves a llamarme así?, ¡además yo solo buscaba mi cuento!.


Él bajó los escalones y sin mirarla (quizá no era capaz de hacerlo) tomó sus hojas y su libro, buscó un momento pasando los dedos por los bordes y sacó una, se la entregó y se sentó con el resto de hojas y su libro entre las manos. En aquel instante la bruma se disipó y la lluvia comenzó a caer sobre el edificio pero él la soportaba toscamente y allí, junto a él, se sentó ella a leer su nuevo cuento esperando encontrar la respuesta al “nombre” que él le había dado. Leyó todo el cuento, tres veces lo leyó pero no encontró nada en el cuento que respondiera por qué el la había llamado “Muerte”, entonces se levantó, guardó la hoja y suspiró hacia el escritor pero este ni se inmutó así que ella bajó los escalones y se perdió en la lluvia…


Él estaba escribiendo en una de sus hojas: “allí estaba, fría, pálida, lánguida, lúgubre, sombría, se desvanecía y era una desconocida, pero lo único que tengo seguro en la vida es ella y justo allí al lado se había sentado, allí junto a mi estaba la Muerte, por fin la tenía cerca y la única estupidez que le dije fue que la odiaba”. Terminó de escribir esa nota y cerró su libro, levantó la mirada hacia la lluvia y se sorprendió que ella venía hacia él, no traía ninguna hoja en blanco en las manos, -¿ya no quiere cuentos?- se preguntó con tristeza y bajó la mirada esperando que ella seguiría de largo, quizá lo que le había dicho la había molestado.


Pero ella no siguió el camino de los escalones, se detuvo y otra vez se sentó junto a él, suspiro un momento y le dijo con los ojos iluminados por lágrimas, -yo no soy la Muerte escritor- y giró con sus manos la cara de él hacia ella, -yo no soy la Muerte, solamente la conozco tanto que me parezco a ella-. Él sonrió como cuando era niño, abrió sus hojas y le entregó la nota que acababa de escribir, la tomó de la cara y le dijo: -¡Por fin entendiste mi cuento, el problema es que yo a ti te conozco tanto que pensé que eras ella!-. Miró hacia la lluvia y luego volvió a mirarla, cerró los ojos y otra vez habló: -Yo sé que no eres la Muerte-. Ella se sorprendió y le pregunto que por qué ahora le decía que lo sabía, entonces él abrió los ojos y suspiró antes de hablar: -porque con la Muerte ya no siento miedo pero en cambio con tu alma y con tus ojos este tonto escritor se aterra y se estremece-. Entonces le dio un beso a ella en la frente, se levantó de aquel escalón y se perdió en el fondo del viejo edificio, ya era tarde, para ese momento él ya estaba muerto, ella ya lo había matado...


12:59 Lullaby...

jueves, 24 de junio de 2010

Cachabacha...

Siempre había tenido sus reservas con el fútbol y quizás hasta ahora en medio de los partidos de este Mundial africano había empezado a descubrir algunas de las condiciones que lo llevaron a guardar con prudencia sus manifestaciones de pasión desbordada por este deporte en su vida. Sabía gracias a Freud que los primeros cinco años de vida son los más importantes en la formación de un ser humano y al pensar en ello la primera imagen que se apareció en su cabeza ocurría a sus 5 años, era la bizarra escena de un negro cuarentón bailando el “waka waka” de la época con el banderín que demarcaba la esquina de la cancha, celebrándo el regalo que le había hecho segundos antes el portero de la Seleccion Colombia, personaje que añadía elementos contundentes a aquella primera imagen del fútbol en su niñez, pues siempre que mostraban al portero aquel estaba corriendo con los pelos al viento, en la mitad de la cancha, a 50mts de la portería que se suponía debía guardar, dándole toques al balón antes de emprender carrera digna de raponero de vuelta a su posición. Quizás de ahí surgió su gusto por África y su música y su adversión a jugar de portero.


Por otro lado, estaba su viejo y su afición por los deportes, por todos los deportes que se transmitieran en Colombia y que aquel pequeño radio azul de baterías permitiera seguir con la oreja pegada, además en los últimos años gracias a la televisión por cable y al tiempo libre que le permitía la jubilación, seguía más deportes y hablaba con firme autoridad sobre la Fórmula Uno, sobre La Premier League, sobre Roland Garros y como siempre del Tour de France y del Giro, eso si del único deporte del que sería fiel partícipe sería del Tejo, aunque por algunos años el viejo probó suerte en un Tejo más técnificado, Los Bolos, pero no duró mucho el entusiasmo. En cuanto al fútbol su viejo era hincha (la verdad durante toda su vida ha dudado de que su papá sea hincha de ese equipo) de Independiente Santafé, hecho que significaba que nunca en sus 25 años de vida había celebrado un campeonato del equipo de su viejo y tampoco su viejo nunca lo llevó al Estadio, cosa que hoy agradece sin reservas porque de lo contrario, muy posiblemente tendría tatuado en la espalda un pollo con camiseta azul o roja y un cuchillo en una mano.


Pero ahora llegaba a otra imagen que en medio del Mundial africano daba más vueltas en su cabeza, las mujeres y su relación con el fútbol y sabía que su planteamiento podría tomarse por machista quizás, más en pleno 2010 cuando todos rompen armarios y closets (por lo general esto sucede en casas y apartamentos de estratos 3 para arriba, pues en casas de estratos bajos raras veces hay closets), cuando todos hablan y opinan de todo con “i likes” y comillas y cuando las transmisiones del Mundial incluye notas sobre lo pegadas de las camisetas, el tipo de barba de los jugadores y cuando la mayoría de las chicas que postean resultados de partidos con corazones y emoticones no tienen ni idea de qué es un stopper o que significa marcación en zona.


A partir de estas vagas reflexiones y añadido a aquella visceral imagen del Mundial de 1990, también desde el fútbol y gracias a las mujeres había aprendido la relatividad y la ambigüedad de la vida, para su vieja solo habían y habrán dos equipos en el mundo “los de acá” y “los de allá”, denominación que provocaba y provocaría para toda su vida todo un infortunado agujero negro de explicaciones cuando en la cajita mágica se transmitía un partido internacional ajeno a los intereses de la Selección Colombia y su vieja preguntaba -¿ay casi hacen gol, quien va ganando?-. Sumado a esto, la primera imagen de su hermana con el fútbol demuestra su extraña clarividencia, miestras él en medio de sus 5 años miraba al negro Milla bailando con el banderín, ella “observaba” el partido desde la azotea de su casa, a más de 20 metros del televisor más cercano.


Pero él vivía tranquilo el Mundial de África (qué es como si hicieran un Mundial en Colombia y las sedes fueran Miami y Queens) cuando llegó un día de receso en los partidos de la mañana. Ese día solo se jugaría un partido a la tarde, donde jugaba Uruguay. La noche anterior pensó que dormiría completas las primeras horas de la mañana siguiente, no a intervalos como lo venía haciendo desde el comienzo del Mundial. Sin embargo a la mañana siguiente muy a las seis de la mañana se despertó, bueno lo despertó ella, estaba levantada desde hacia un largo rato, ya estaba bañada y sacudía su pelo verde mientras buscaba con desespero por la habitación.

-¿Has visto mis guayos? -le preguntó ella sin mirarlo-.

-¿Tus qué?, -respondió él mientras trataba de ordenar las ideas en su cabeza frente a aquella pregunta-. Pensó para si cómo era que ella estaba buscando sus guayos cuando él no había jugado fútbol hacía más de 3 años, no porque no le gustara, sino porque su tobillo ahora amaba las rocas, no los balones.

-¿Para donde vas luego? -le preguntó inocentemente con un tono burlón.

-Ay no seas tonto, yo te dije que hoy jugamos la semifinal del torneo con las niñas de Agronomía y después me voy con mis amigos a ver el partido de Uruguay -respondío secamente aún sin mirarlo y mientras cerraba su mochila con sus implementos deportivos.


Él se quedo un momento callado y aunque no estaba totalmente despierto no dudó en hablar...

-Espérame, yo quiero ir a ver jugar a “Cachabacha”-. Mientras se levantaba de la cama con lentos movimientos.

-¡Deja de ser idiota, si! Ya te he dicho que no te burles de la gente y Lucía no tiene la culpa de estar gorda. -Tomó su mochila, tiró la puerta con toda la furia y se fue sin esperarlo...


Ese día le tocó ver solo los goles de Diego “Cachabacha” Forlán.

viernes, 18 de junio de 2010

Día Gris Medio...

(Primera página)


Y allí estaba, caminando bajo la lluvia pero a pesar de ella sus pasos eran pausados, sin prisa ni rabia, parecía disfrutar de cada gota que caía sobre su cara y su pelo, quizás su gruesa barba le servía de abrigo o quizás simplemente le divertía ver como las gotas lo cubrían todo a su alrededor. Llevaba algunos años viviendo en aquella ciudad, aún se sentía un extraño y tal vez en realidad lo era, nunca se sintió cómodo en aquella urbe, pero no la culpaba a ella, él sabía que era él quien podía ser culpable, él sabía que nunca dejaría de sentirse ajeno y extraño en medio de aquellas calles, no era culpa de los edificios ni del ruido, no era culpa de las aceras anchas y atiborradas de gente, no era culpa del verano ni del invierno, solo era esa extraña sensación que lo alejaba de allí, a veces más en las noches.


Pero allí iba caminando siempre, cuando terminaba sus oficios temprano y el resto del tiempo era suyo, caminaba por todas las calles que sus pies se encontraban; quizás conocía mejor que nadie aquella ciudad, quizás ni su vecino de 78 años, que se jactaba de haberse criado allí antes de que él llegara al mundo, conocía las calles que él había recorrido; la librería vieja a unas cuadras del museo de arte en donde siempre encontraba el libro que en toda la ciudad no existía; la pastelería de cajitas rojas en donde de vez en cuando se detenía a comprar dulces para llevar; la barbería de aquel viejo italiano en donde duraba horas con el pretexto de arreglar su barba, mientras hablaba de un poco y de nada con aquel simpático barbero que nunca le cortó la barba, pero que más de una vez salieron dando tumbos llenos de vino.


Ahí estaba, en medio de su inconmensurable soledad, caminando lentamente sin huir de la lluvia, usando cualquier pretexto válido o no para demorar sus pasos, jugaba a no pisar ningún charco alejandose de las orillas, luego de un rato jugaba a pisarlos todos, mientras todos corrían a su lado en todas las direcciones él solo caminaba sin pensar, hacía ya muchos años en una tarde extraña había aprendido el significado de caminar despacio para no alejarse.


Había llegado allí como llegaba siempre a cualquier lugar, huyendo. Nadie sabía realmente por qué había huído de su país y por qué había llegado allí y aún más extrañamente nadie entendía por qué no había huído ya de esta ciudad, quizás no había nada allí que lo asustara o simplemente se había cansado de salir de noche con el eterno hueco en el pecho dejando atrás todo. Parecía que la soledad por fin había consumido sus sueños y que ahora simplemente disfrutaba de las tardes libres, sin la esperanza de otra tarde más, solo con la plena certeza de que en la madrugada, cuando el sueño lo venciera por fin, descansaría por unas horas de su extraño planeta.


La lluvia había amainado un poco y se detuvo para comprar un tabaco en un viejo bar que justo estaba en la acera de enfrente. Cruzó la calle sin prisa, entró al bar, buscó algunas monedas en el bolsillo de su abrigo y pagó el tabaco. Salío otra vez a la calle y a pesar de la lluvia se sentó en una de las bancas de la acera que aquel viejo bar ofrecía para sus fumadores. Después de medio tabaco la lluvia terminó completamente y ahora el único sonido del agua era el de los riachuelos que corrían por las canales y el serpenteo de las ruedas de los coches que volvían a pasar por la calle de enfrente. Uno de los meseros salió y le ofreció café, no sin antes ofrecerle disculpas por no haberlo atendido antes, pues con la lluvia nadie solía sentarse allí afuera, él simplemente sonrió calladamente y encargó además del café uno de esos panecillos que traían pequeñas rodajas de tomate en la cubierta y pidió además algunas galletitas. Lo había decidido, allí, mientras pasaba la tarde con su tabaco y escribía un rato en sus notas en medio de aquel día gris, se acordaría un rato de ella...


Continurá...


miércoles, 9 de junio de 2010

Gatos, se llaman gatos...


Aquella tarde, una de las últimas del invierno de aquel año, caminando en medio de las últimas luces que ofrecía el Sol a la media tarde, se encontró sólo en medio de un lugar ajeno, no escuchaba ni sentía nadie alrededor, todas las calles a su alrededor estaban llenas de ausencia y el silencio se extendía más allá de sus pasos, sólo a la distancia de varias calles, se veían los autos y los colectivos que pasaban a mano y contra mano sobre alguna avenida lejana, pero allí, alrededor de donde se había detenido en su caminata, el tiempo simplemente se había detenido.

Buscó con sus ojos en todas las direcciones pero no había movimiento alguno, solo las hojas secas que habían escapado a la limpieza de la ciudad se movían solitarias por las aceras y las calles, empujadas agónicamente por una brisa seca y fría que extendía la confirmación de que el invierno agonizaba si, pero aún seguía vivo. Todo estaba inmóvil, hasta parecía que el Sol se había detenido en aquel punto porque a pesar de que tardó algunos minutos en encontrar aquel charco amarillo sobre los adoquines de la calle del fondo, se quedó ahí por un largo rato incluso hasta después de encontrar navegante.

Fue lentamente que se empezó a fijar en la calle del fondo, aquella no era de asfalto sino de pequeños adoquines cuadrados ordenados en forma circular, formando la imagen de las ondas que provocaba la caída del Sol en el horizonte de aquel charco amarillo. Bajó su cuerpo, se tiró al suelo y busco acercar su mirada a la altura de sus zapatos, para ver como cuando uno ve a los 5 años, que ve todo desde el suelo y es capaz de ver más grande lo que esta más lejos y desde donde también se pueden ver las crestas de las olas cuando el Sol las hace estallar en mil destellos.

Ahí se quedó, inmóvil, por varios minutos, hasta que un rayo fulminante negro y blanco atravesó sus ojos y todo se ralentizó en medio de su extraño planeta. De un callejón de la izquierda que desembocaba en aquella calle, apareció de la nada un gato de media tarde, que grosera y soberbiamente interrumpió su escenario vacío para atravesarlo a modo de sublime interludio, en medio del cual nunca disminuyó su marcha más que para mirarlo a él con asombro y vehemencia, aún caminando lentamente pero con la marcha continua, para luego llegar al borde de aquel charco amarillo que se extendía sobre los cuadrados de la calle, agazaparse un instante antes de cruzarlo y luego decididamente atravesarlo hasta el horizonte, hasta otra orilla lejana.

Y después de un silencio lejano, buscando con la mirada tras los bastidores del fondo a donde se había ido el gato, la ciudad volvió a aparecer y se llenó todo el escenario con personajes torpemente dispuestos que en medio del desorden no reparaban que él estaba sentado en la mitad de la calle de adoquines, mirando desde el suelo hacia el horizonte.

Se levantó luego de algunas miradas lejanas con personajes que le pasaron al lado, sacudió el polvo de su ropa y miró la foto fija de aquella obra: allí había quedado registrado el instante antes de aquel personaje de bigotes del intermedio. Sonrió y se acordó de sus zapatos para escalar, de cómo todos preguntaban -¿cómo se llaman?- a lo que el contestaba -gatos, se llaman gatos- sin mucho reparo.

Pero años después, al sentarse a escribir la referencia de la escena sonreiría más, se acordó que nunca había pensado en los gatos, hasta decía que no los trataba mucho a pesar de que se había atrevido alguna vez a buscar casas de guepardos y a contarles manchas. Porque los gatos le parecían extraños, es que son odiosos, se van cuando se les da la gana, comen pescado, andan solos y de vez en cuando buscan alguien para pelear o para que los consienta, les gusta treparse por rocas y paredes verticales, andan de noche, se van sin avisar y cuando regresan llegan con soberbia, se lamen solos las heridas y cuando una se cierra no hay demora para abrir otra más, para luego tirarse toda una tarde sobre las tejas de barro a esperar el Sol...

...Y mirá vos, acá pensando en alistar mi mochila para irme a tirar al Sol, sin avisarle a nadie y sin que nadie me extrañe, con dos latas de atún y con solo una vaga idea de volver a verte y que en una calle de esta ciudad que nos prohibe vernos, me encuentre un charco amarillo no tan difícil de cruzar. Y una tarde en algún charco amarillo donde se detenga el tiempo te podré revolver el pelo sin miedo, así sea de lejos, conjugando el gris medio del pasto, el rosa del centro, el rojo de tus ojos y mi barba, las curvas verdes de tu pelo, el amarillo de tu vestido y tu sonrisa como puntos suspensivos sin encierros...

Y es que esta noche no estás porque es que nunca has estado, no sé a donde llegó tu torre o si las ganas de dormir se fueron por un acantilado, si te escondiste en un avión con las ganas de irte lejos como una bomba amarilla sin cuerda, pero acá en este extraño planeta hoy te ganaste un cuento, quizás por el hueco en la panza que significa un Día Gris Medio, que cada vez se oprime más entre la razón y los miedos, entre tu nombre de tres letras y el inevitable silencio de saberte muy lejos.

...Los encontré, encontré mis gatos, ahora ya puedo cerrar la mochila.

lunes, 7 de junio de 2010

"Misa de Gallo"

“Nunca pude entender la conversación que sostuve con una señora, hace muchos años; tenía yo diecisiete, ella treinta. Era la noche de Navidad. Habiendo convenido con un vecino en ir los dos a la misa de gallo, preferí no dormir; acordamos que yo iría a despertarla a medianoche”…


Llevaba ya varias semanas hospedado en esa casa y casi siempre era el único hombre - si es que podía considerarme un varón a esa edad – en la casa porque el marido de la señora siempre se ausentaba por varias semanas y esa era la situación de esa noche. Me propuse esperar la media noche acomodado en una pequeña sala de la casa que tenía un par de ventanas pequeñas que daban hacia la calle.


La señora Cándida que la más de las veces era tímida y callada, viviendo a la sombra de su madre y de su marido, había aparecido esa noche en medio de mi espera para la misa de gallo y me había empezado a hablar de cualquier tema y de ninguno, provocando que no me concentrara en sus palabras porque yo solo advertía la bata traslúcida que llevaba puesta y su blancura extraña, que se convirtió muy rápidamente esa noche de un simple rasgo a una razón de hermosura. Sin embargo después de cantaletear y divagar por muchos temas la conversación llegó a un punto muerto y el silencio se apoderó de los dos, se quedó parada junto a una de las ventanas y luego de un silencio que pareció eterno suspiró.


- Ahí llego su compañero de misa de gallo, tuvo que venir a buscarlo a usted -. Enseguida puso en su rostro un pálido rasgo de desaliento, se despidió fríamente y me dijo que trataría de volver a dormir otra vez luego de que se callara el ruido de las calles producido por la gente que se dirigía a la misa. - Aunque no estoy cansada, seguramente me desvelaré y me encuentre despierta cuando vuelva – me replicó antes de perderse en el pasillo que se adentraba en la penumbra de la casa.


Salí a la calle y saludé a mi compañero al tiempo que procuraba empujar el portón de la entrada lo más lento posible para evitar que el ruido del golpe despertara a alguien más en la casa. Guardé pacientemente la llave en uno de los bolsillos interiores del abrigo que había tomado prestado del marido de la señora Cándida, pensaba que quizá entre el tumulto y la romería podría caerse la llave y perderse, así que procuré guardarla bien.


Hacía un poco de frío y una bruma helada bajaba por la calle, clima bastante raro para esos días de fiesta. Caminamos hacia abajo por la Calle del Senado pero yo no dejaba de pensar que el aíre de la pequeña sala de la casa de la señora debía seguir múcho más cálido que el de afuera, quizá de algún modo empezaba a extrañar a Cándida – ¿ya la llamaba por su nombre?- y su repentina y súbita belleza. - ¿Por qué la demora? – interrumpió mi compañero mis pensamientos, -afortunadamente me desperté y vine a buscarlo o nos hubiéramos perdido la misa de gallo – añadió. - Me quedé dormido leyendo uno de mis libros -¡vaya mentira! – tal vez estaba cansado.


Seguimos en silencio hasta llegar a la iglesia; la misa comenzó enseguida pero todo me empezó a parecer aburrido y plano, todo el ritual y el lujo no lograban despertar mi asombro y en medio de la misa estuve a punto de dormirme varias veces. Salimos de la iglesia con una premura tácita obligada por mis pasos apresurados. -¡Vaya, si era cansancio lo suyo! – me increpó mi acompañante – mejor váyase a descansar aprovechando que hoy es feriado. Yo solo asentí a su sugerencia con un leve gesto, moviendo la cabeza y los hombros y apenas concluida la despedida con mi compañero de misa de gallo caminé rápido de vuelta a la casa.


Tal vez por estar apresurado perdí el camino y en más de una esquina me tuve que detener y devolver los pasos, caminaba la calle entera hacia arriba y cuando llegaba a otra esquina me daba cuenta que me había equivocado -¡que tonto!- pensaba y volvía a retomar el camino.


Finalmente llegué al portón de la casa y busqué la llave rápidamente esperando encontrar a Cándida aún despierta y poder terminar el silencio en el que se había quedado la conversación, pero dentro del abrigo mi mano sintió el frío del azar; el bolsillo tenía un pequeño agujero al lado de la costura de adentro por el que llave había ido a parar al suelo de alguna de las esquinas de mi torpe recorrido de regreso.


Me senté en un escalón al lado de la portezuela y confirmé lo que esperaba, Cándida estaba aún despierta; hasta el portón llegaban los gritos de placer de la tímida señora Cándida, su marido había regresado.


domingo, 6 de junio de 2010

Un no lugar...

(Son las 3:33 y recuerda que la masa del Sol es 333 mil veces la masa de la Tierra.


Y allí está, otra vez amanece en aquel lugar y parece que esta vez habrá buen tiempo, al menos por la mañana porque a través de las rendijas de la ventana se cuela bastante luz amarilla, situación que se torna reconfortante por varios minutos en los que simplemente se sienta en su cama contra la pared, con la mirada fija en los diminutos granos de polvo que vuelan atravesando los rayos de luz. Se revuelve el pelo con ambas manos, al fondo suenan voces ajenas que se cuelan en la habitación desde el radio viejo que se encarga de despertarlo cuando decide madrugar, no sabe la hora pero sabe que si el radio está sonando es temprano, bien temprano en la mañana, se levanta de su rincón y se asoma por la ventana y aún con la pereza en los ojos, observa como desde el este los primeros rayos de luz empiezan a iluminar las tejas de barro de la casa.


Se devuelve a su cama y se tira al revés, con la cabeza hacia abajo a mirar las grietas de su techo, reconoce algunas nuevas y pasa lista sobre las viejas conocidas, las que ya tienen hasta un recipiente seleccionado para los días de lluvia. Allí tirado con la vista en su techo recuerda pedazos de su pasado y entonces mira sus manos, se detiene a mirar una pequeña grieta en su mano derecha y al verla recuerda otra historia lejana, de aquellas primeras historias que involucrarían rocas y al volver su mirada al techo sonríe, quizás por eso tiene tantas historias en su cabeza. Se levanta de la cama, come algo que encuentra en la mesa de la cocina, se da un baño rápido, se despide de su perro y sale de aquel lugar con pasos lentos


Al comenzar a caminar no se da cuenta del cambio pero cuando se percata de lo que pasa ya esta lejos de aquel lugar, lejos de su extraño planeta. Y lo nota cuando ya es tarde y debe despedirse y marcharse, aunque la verdad él no está de acuerdo de que en realidad sea tarde pero así suceden las cosas por acá porque en este lugar se mide el tiempo y se miden los espacios, entonces solo sucede que ella se aleja a través de la gente y él no puede detenerla y en el diminuto instante que va a correr atrás de ella para alcanzarla y abrazarla por un instante más, algo le impide moverse y simplemente clava su mirada en el suelo, buscando quizás alguna grieta sobre el asfalto y entonces recuerda que aquella superficie también mide gris medio.


Desde la ventana del bus observa un lugar conocido y en la parada cercana decide bajarse justo antes de que las puertas se cierren sobre su nariz. Camina un rato y luego decide detenerse en unos escalones viejos que hacen parte de su tiempo por aquí y se sienta en aquel sofá improvisado a dejar que pase el tiempo de la tarde. La verdad no deseaba estar allí pero era una tarde soleada y no valía la pena irse tan pronto a su extraño planeta, quizás estando allí sentado por lo menos llegaría algún conocido con quien hablar tonterías mientras se hacía tarde y dejaba de pensar en ella.


Se levantó de los escalones con prisa, no era tarde pero empezó a caminar por una acera sin mucha gente y otra vez sin notarlo todo cambia a su alrededor, estaba otra vez de vuelta en su extraño planeta y ya veía a una corta distancia la ventana de su habitación. En aquel lugar ya era de noche, allá afuera aún empezaba el atardecer pero en su extraño planeta el día se había marchado hacía varias horas y el frío y la oscuridad de la noche ya lo había cubierto todo, así que no quiso comprender nada allí adentro y salío por su ventana a treparse sobre las tejas de barro, quizás desde allí aún podría ver el atardecer lejano que sucedía en La Tierra.


Entonces reconoció que en su extraño planeta aquel día que había pasado lejos de allí habría sido bien diferente, habría llovido un poco por la mañana pero habría sido solo una liguera lluvia para refrescar la hierba y dejarla húmeda, luego habría caminado todo el día recorriendo los caminos a través del campo, deteniéndose un poco a cada rato para esperarla a ella y en algún momento se habrían sentado en alguna roca de esas desde donde se ve el mar, entonces se habría detenido el tiempo mientras revolvía las curvas de aquel pelo verde que caía sobre su sonrisa y sus ojos rojos, sí, ese día en su extraño planeta habría sido diferente y quizás aún estaría en curso el atardecer, lejos de la noche que ahora tenía encima.


Pero estando allí sentado sobre el tejado de barro, viendo como la noche ya lo cubría todo solo pudo mirar a la distancia y sonreir con ironía: su extraño planeta solo es un lejano, maldito y fugaz no lugar, en donde unos puntos suspensivos duermen de cabeza.


domingo, 30 de mayo de 2010

Corazón en venta...

Le dolían los ojos, llevaba mucho tiempo sentado en aquella acera, tenía los ojos rojos de tantos cigarrillos que había fumado pero de vez en cuando alguna valiente lágrima sofocaba el ardor en sus ojos. La luz en la ventana de enfrente se había apagado hacía mucho rato, no había, no tenía razones para seguir sentado en aquel escalón o quizás si las había pero él las dejaba pasar de largo como los trenes que solía dejar pasar cuando aún era temprano, en realidad para ese momento no le importaba mucho la razón. Seguía allí sentado y al terminar cada uno de los cigarrillos y arrojarlos al suelo, dejaba su mirada clavada en el asfalto y concomitantemente empezaba un silencioso conteo en su mente, contaba hasta cinco, hasta diez, contaba hasta mil, hasta un millón quinientos setenta y siete mil quinientos cinco, contaba hasta las nubes y hasta gatos, contaba ovejas o contaba hasta el mar y se devolvía otra vez contando y cuando terminaba de contar hasta donde contara, levantaba sus ojos esperando ver una luz en aquella ventana pero lo único que pasaba era que alguna de sus lágrimas aparecía para sofocar el humo del último cigarrillo que aún humeaba en el suelo.


Cuando volvió su mirada al suelo y buscó en medio de la oscuridad sus cigarrillos, sus manos encontraron una pequeña piedra junto a la cajetilla que le recordó sus primeras veces leyendo rocas. Tomó la piedra entre una de sus manos y se levantó de la acera por primera vez en toda la noche, sus ojos brillaban tanto que la calle parecía iluminada por la furia de mil soles, clavó su mirada en aquella ventana y le dio impulso a su mano para arrojar con toda su fuerza la piedra que recién había encontrado, pero estando allí parado en medio de la noche viendo hacia la oscuridad que esa ventana le ofrecía lo entendió todo, se detuvo en el mismo lugar y el el mismo pequeño instante y miró la piedra de cerca por un rato y la guardó en uno de sus bolsillos. Miró otra vez hacia la ventana y comprendió que ni esa ni mil rocas más grandes que aquella eran necesarias, no tenía que golpear aquella ventana porque adentro sabían que él estaba allí afuera, entendió que la misma luz que se había encendido hacía unas horas en la tarde era la misma que ahora estaba apagada, entendió que era hora de ir a dormir y no pensar más, justo allí parado en medio de la oscuridad entendió por qué las estrellas fugaces son las más bonitas de todas, su luz se enciende tan solo un segundo pero el deseo que pedimos se queda para siempre en el aire.


Trató de sonreír un poco y tuvo que apretarse con sus brazos para soportar lo que sentía, se agachó para recoger sus cigarrillos y se fue caminando lentamente calle abajo, se detuvo y miró hacia la ventana por última vez y en ese preciso instante en el reflejo que esta producía vio una estrella fugaz atrave(z)ar la noche, esperó a que se disipara la luz de la estrella y se quitó las lágrimas de los ojos, ya era tarde en aquella madrugada y ahora solo pensaba en comer algo para quitar el vacío de su panza, sin embargo muy adentro sabía que a pesar del dolor, ese dolor de panza no era tan malo, tan solo era la sensación de guardar tantos deseos en los bolsillos...


domingo, 23 de mayo de 2010

Blanca Mujer

Aún permanecía en el aire el olor de la tierra húmeda, ese mismo olor que me hacía recordar mis sueños y también mis pesadillas, llevaba varias horas allí sentando observando hacia la calle de enfrente, había llegado a aquel refugio improvisado después de huir toda la mañana de la tormenta y fue al girar en una de las esquinas de aquel viejo barrio cuando me encontré un gigante portón negro y envejecido sobre el cual se levantaba un pequeño balcón que lograba detener la lluvia. No tenía cómo medir el tiempo o quizás era imposible hacerlo, pero me imaginaba que era tarde y aunque todo el día la oscuridad lo había cubierto todo y a toda la ciudad, los rayos de luz se alejaban del cielo anunciando la llegada de la noche, que esta vez sería más fría que de costumbre.


Había estado toda la tarde bajo aquel pequeño balcón escapando del frío y de la melancólica tormenta que se había apoderado de la ciudad; el balcón no era muy grande, tal vez tendría dos metros de largo y uno de ancho desde la fachada de la casa hacia la calle, bueno realmente lo imaginaba, nunca había sido bueno para las proporciones y las medidas y siempre veía las cosas más extrañas de lo que eran. A pesar de su tamaño, aquel pequeño balcón había logrado detener la tormenta sobre el enmohecido portón junto al cual me había sentado para huir de las calles bombardeadas por agua pero para ese momento ya solo eran algunas pequeñas gotas las que caían de su borde. La lluvia había terminado unos pocos instantes después de que me senté allí pero bajo aquel techo sentía un hálito reconfortante que me mantuvo sentado en aquel lugar por varias horas, observando los riachuelos que serpenteaban por la calle y los desnudos esqueletos de los árboles que había enfrente, de los cuales colgaban ramas y pedazos de corteza que se asemejaban a jirones de piel arrancados con rabia por algún demonio.


Me quedé mirando el vapor que exhalaba el asfalto de la calle y quise desahogarme de la misma forma, saqué un cigarrillo que cargaba en el bolsillo hacía varios días, estaba un poco arrugado y húmedo pero seguro serviría para soportar el frío de la noche que llegaba. Era tarde y la oscuridad ya se había apoderado del callejón y mis ojos no podían discernir las siluetas del lugar más allá de unos pocos metros, hasta el final de la calle solo se veía una pesada bruma que parecía acercarse y cerrarse sobre mi cuerpo y todo el aire que tenía para respirar se enrarecía con un olor lúgubre que se acentuaba como un fuerte licor de muerte.


Apagué el cigarrillo con mis dedos cuando lo llevaba a la mitad, era una extraña costumbre que había heredado de algún viaje, pero está vez lo apagué por simple cortesía porque cuando la última brasa de tabaco se apagó, en el preciso instante en que el humo de mi última bocanada llegaba al techo de aquel balcón, el miedo sin decir nada se sentó justo a mi lado, yo, sin reparar mucho en él veía la calle negra como de costumbre, pero ahora quizás el cansancio de correr siempre en ella, hizo que mis ojos vieran con terror la oscura bruma que tantas noches había surcado. Me recogí un poco contra el portón procurando abrigarme para soportar el frío y cerré los ojos para huirle a la oscuridad de la calle porque la de adentro ya sabía soportarla, creo que hasta llegué a dormitar por algunos segundos con una sensación de seguridad porque pensé que el pequeño balcón sobre mi cabeza me protegería si llegaba la tormenta, pero de vez en cuando abría los ojos y la oscuridad estaba allí, tratando de tragarme, buscando la forma de engullirme.


Tomé entre mis dedos lo que quedaba del cigarrillo y cuando lo traté de encender para ocupar la mente en otra cosa, un grito de muerte quebró el silencio y la noche se iluminó a mi alrededor anunciando la llegada de la tormenta, traté desesperadamente de refugiarme contra la pared y contra el portón pero esta vez aquel pequeño balcón que se levantaba sobre mí se veía consumido por la furia de aquella noche, se veía tan débil ante la implacable lluvia que algunos pedazos de ladrillo y pintura enmohecida comenzaron a caer cerca de mis pies, bajé la mirada y un segundo destello en medio de la noche me permitió ver al otro lado de la calle. En ese instante quedé paralizado, allí, sola e inmóvil estaba ella, con su mirada destrozó mi aparente calma y mi terrible miedo, ella estaba allí, lejos pero enfrente, pálida, lúgubre y delgada como la muerte aunque parecía que ella misma lo fuese porque llegaba allí para destruirme.


Alcancé a verla por algunos segundos hasta que giró su cuerpo y comenzó a perderse en medio de la bruma que yo trataba de evitar bajo el pequeño balcón, ella se detuvo un momento cerca de los árboles que se batían furiosos tratando de abrazarse para soportar la tormenta y volvió a mirarme, sin embargo esta vez algo cambió, ocurrió que esta vez que me miraba la furia ya no estaba más del otro lado de la calle, esta vez estaba en mis ojos, pero por qué?, quizás era tiempo de recordar el miedo?, quizás era tiempo de volver a la bruma?, quizás era otra vez tiempo de enfrentar la tormenta?. Prendí el cigarrillo y me levanté sobre los escalones del portón, crucé la calle y sin preguntarle empecé a caminar junto a ella quien mantuvo la mirada hacia el suelo hasta que luego de unos pocos pasos se detuvo y me suplicó tirándome de la ropa que regresáramos a mi refugio bajo el pequeño balcón, la miré fijamente y al verme entendió lo que pasaba… el descanso de aquella tarde trémula bajo mi pequeño balcón había terminado, otra vez volvía a mi eterna noche, a la eterna muerte.

sábado, 15 de mayo de 2010

Naturaleza sangre...

...Abrió los ojos. Fue un reflejo instantáneo y coordinado a lado y lado de su cabeza, como si una descarga eléctrica hubiera provocado ese único movimiento en su cuerpo, porque pasarían algunos segundos, largos y pesados segundos hasta que otra parte de su cuerpo reaccionara o produjera la más mínima señal de vida. Sus párpados se cerraron y abrieron por primera vez y la visión borrosa y trémula lentamente empezó a cambiar, aunque ya podía advertir que no había la suficiente luz para que sus desadaptados ojos le permitieran ver más allá de algunos centímetros. Solo alcanzaba a ver el suelo frente a sus ojos, parecía que se movía lentamente alejándose de él y en el horizonte de lo que miraba, que no estaba más allá que de un par de pasos, observó como el suelo que se movía frente a sus ojos caía un escalón minísculo, quizá de menos de 2 milímetros, empezando un suelo diferente al que estaba cerca, más imperfecto.


Pensó que aquel suelo lejano era gris, pero solo fue una idea, sabía que con sus perdidos ojos y con la luz que había sería imposible distinguir algún color. Trajo su mirada otra vez hasta frente a sus ojos y se quedó mirándo largos segundos, a pesar de parecer moverse el suelo que tenía cerca era inmaculadamente liso y alcanzaba a reflejar el brillo de la poca luz que se colaba por alguna parte. Y por un momento se bajo su mirada y vio que el mismo suelo se perdía debajo de su nariz y de su boca, que en ese momento produjo otra señal de vida, estando allí contra aquella superficie perfecta.


Sintió su lengua, esta se movió un par de veces tontamente como reconociendo su habitual lugar dentro de la boca, se movió otra vez lentamente y como en una reacción en cadena todos sus receptores se activaron; un sabor pesado y amargo la hizo despertar e instintivamente esto provocó que él tragara un poco de lo que tenía dentro de su boca. Era un sabor fuerte, rancio y aplastante, sin embargo no dudó en pasar con una notable dificultad otro trago de lo que tenía en su boca; era una sustancia casi líquida y con la asquerosa sensación de algo que debía estar caliente en algún momento, pero que el frío ha consumido lentamente.


Cerró los ojos un momento mientras su lengua trataba de descifrar lo que tenía en su boca, movió lentamente su lengua sobre cada una de las partes que podía alcanzar con ella dentro de su boca; entreabrió sus labios y acercó lentamente la punta de su lengua al suelo solo para encontrar que estaba a la misma temperatura y tenía el mismo sabor de lo que había tragado. No era posible que estuviera bebiéndose el piso así que olvidó esa absurda tesis y se concentro nuevamente en los datos que su lengua tenía... Nada, nada aparecía en su cabeza, pero extrañamente reconoció que era un sabor familiar que algunas veces habría probado y la única imagen que tuvo fue una escena de su niñez, sentado sobre una calle, con su boca lamiendo una de sus rodillas.


En medio de ese recuerdo sus pulmones se hincharon hasta el limite que se lo permitía aquella situación. Su naríz se había abierto por completo y acababa de aspirar todo el aire que podía. El olor era insoportable pero nada podía hacer para evitarlo, su naríz simplemente trataba de reconocer aquel lugar, cada segundo era un intento para darle forma al lugar en donde estaba. Sentía que se ahogaba a pesar de que cada vez era más conciente de que el aire entraba desbordado y con prisa por los orificios de su nariz.


El ambiente era húmedo, sentía un olor enfermizo y pesado, pero debía soportarlo para tratar de tener una imagen clara de lo que había allí. Cada segundo de aire pasando por su nariz le dieron a entender que estaba en medio de rocas, lo sabía, no había duda, tantos años coleccionándolas y tocándolas, escalándolas y descargando sus miedos y sueños contra ellas le habían enseñado sus carácterísticos y casi imperceptibles olores; pero un olor más fuerte lo invadía alrededor, un olor que le parecía familiar pero ausente.

Pensó que no soportaría más aquel olor y en un disparo eléctrico de su sistema nervioso su mano derecha se contrajo, como si fuera uno de esos extraños animales marino que a la menor actividad cerca suyo se cierra en un fulminate movimiento, cada uno de los dedos se contrajo sobre si mismo, clavando sus uñas sobre la palma de su mano con la fuerza que para ese momento tenía su mano. Pasaron algunos segundos de aquel violento acto hasta que sus dedos se cansaron y uno a uno retrocedieron sobre sus pasos, no sin antes perimitirle a él notar como cada uno de sus dedos arrastraba con pesadez el borde de sus uñas sobre el piso debajo de su mano.


Cuando sus dedos se detuvieron no entendía como el piso parecía moverse también bajo su mano. Levantó su mano un poco y posó lentamente las puntas de dos de sus dedos sobre el suelo; allí estaban su dedo medio y el anular, los mismos dedos que se perdían dentro de los agujeros de las rocas cuando colgaba su vida de ellos... Los empezó a arrastrar hasta su cara y notó como ellos podían abrir surcos sobre el suelo que estaba cerca a su cuerpo, cada vez los arrastraba con más fuerza y velocidad y los surcos que se abrían en el suelo desaparecían, no se fijaban por mucho tiempo. Llegaron sus dedos cerca a su cara y pasaron directo hasta su frente, hacia la parte su cabeza que más cerca estaba del suelo y en un reflejo casi natural hicieron fuerza contra su cráneo...


¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!... Su garganta descargó con toda la furia el dolor que produjo el contacto de sus dedos al meterse dentro del orificio en su cráneo. Allí estaba tirado, en medio de un océano de sangre que milimétricamente se expandía alejándose de él, dándole vida al bizarro “big bang” que había provocado la caída de su cuerpo en aquella grieta, el impacto había abierto una profunda herida en su cabeza por donde la sangre había brotado por varias horas inciertas para su inconciente estado. Allí se había detenido su violenta caída, aquel era el fondo y aquel ensordecedor grito daba cuenta de lo profundo del lugar poues por varios segundos escuchó el eco de su garganta. Sus oídos por fin se habían despertado...

domingo, 4 de abril de 2010

A mi "tío" Carlos...



"Nuestro objetivo, abrir caminos de democracia y justicia social; para nosotros, nada distinto a participar en las conquistas de todos... Llegamos con la convicción profunda de que algo nuevo tiene que abrirse en Colombia
Sí se pueden transitar otros caminos, siempre y cuando se salga de la indolencia, siempre y cuando se hable con franqueza, siempre y cuando volvamos a tener valores, volvamos a tener la bonanza moral, la única bonanza que permitirá construir un país en paz, construir nuestro desarrollo y sentirnos dignos”.

Carlos Pizarro

A MI “TIO”
CARLOS…


El primer recuerdo de una noticia política, de esas que hoy llenan tantas páginas de prensa y que se esgrimen como la excusa para extender los noticieros en la televisión privada mientras nos invaden el imaginario con la significación de que “Colombia es pasión” y de que en este país solo hay dos bandos: los buenos y los malos y si no se está de acuerdo con los buenos, entonces se es de los malos, me llevó al 26 de abril de 1990. Yo tenía 6 años y mi principal y quizás única preocupación por esos días era poder recoger a hurtadillas todas las monedas que me encontraba en cada rincón de mi casa, con el único propósito de juntarlas para comprar las laminitas del álbum del mundial de fútbol de Italia 90, quería completar las “monitas” de los jugadores de la Selección Colombia porque mi papá me decía que esos señores, que no conocía y que ni siquiera había visto en la calle, nos representaban a los colombianos en el mundo y frente al mundo y parecía que por lo menos para él eso era verdad porque cuando en el televisor se veía un partido de fútbol de Colombia, él gritaba, alegaba, se reía y les hablaba a los jugadores como si lo escucharan ( realmente yo sabía que no era verdad, que no lo escuchaban porque el fútbol se jugaba en canchas de pasto y no dentro de televisores, además mi papá me llevaba a jugar fútbol y cuando uno juega y va corriendo con el balón no escucha a nadie) y cuando sonaba el himno nacional se ponía muy serio y nos decía que no hiciéramos bulla, que la selección iba a jugar.

Volvamos a mi recuerdo de abril de 1990, una imagen de esa categoría de política que a pesar de llevar varios años conociendo, cada vez me parece más oscura y más sórdida. Hacía varios meses yo veía en los noticieros de los canales públicos noticias sobre algo que se llamaba “M-19” y decían con cara de seriedad ciertas palabras como “desmovilización”, “reinserción a la vida civil” y “guerrilla” y casi siempre, cuando hablaban de esos significados salía un señor de bigote que se parecía a un tío: era un señor flaco, a veces salía con sombrero y otras salía sin nada en la cabeza con el pelo corto pero algo desordenado, pero siempre que veía a este señor, en medio del cuadradito que ponían alrededor de su cara, hablaba de cosas que me parecían bonitas, hablaba de libertad (un término que a la larga nunca comprendí y que cada vez se hace más lejano) y hablaba de cosas de lo que debería ser la política del país y lo que más me gustaba era que siempre que salía en las noticias o en los periódicos, que por esa época traían entre sus páginas más muñequitos y menos sangre, tenía una sonrisota en la cara que me alegraba mucho y así empecé a sentir que ese señor que salía en la televisión con un sombrero, era como un tío también, uno muy importante y con mucho trabajo pero que no tenía esa cara gruñona que tenían los adultos, lo sentía de la familia porque se reía como mi papá o como mis tíos, que aunque trabajaban mucho y a veces se ponían tristes porque no había plata para cosas, siempre se reían y se olvidaban de los problemas tomándose unas cervezas, jugando tejo y bailando.

Entonces Carlos, así se llamaba el señor del bigote con sonrisa, se convirtió en uno más de mis tíos, me gustaba ver cuando hablaba en los noticieros y ver como salía al lado de esos señores gordos y de corbata hablando cosas bonitas, hablando de la importancia de los ideales y de las utopías para construir una nación democrática y en paz, hablando de entregar las armas y de luchar por los sueños y por el reto de sentar las bases de una Colombia democrática y participativa. Recuerdo que un día, justo en el noticiero que pasaban a la hora en que mi papá se sentaba a comer, lo vi una vez a Carlos, en unas imágenes en medio quizá de una finca o de algún lugar del “campo” como despectivamente siempre se ha dirigido la sociedad pseudo urbana colombiana para referirse a las zonas rurales de nuestro país, entregando unas armas que tal vez eran fusiles sobre una mesa, realmente no se para qué las entregaba, -yo no regalo lo que es mío- pensaba mientras veía a Carlos sonreír y entregar sus armas y añadía en mi mente -pero bueno, el regaló esa pistola tal vez para mostrar un gesto de amigos, como cuando yo dejaba montar en mi bicicleta a Andrés, un amiguito de al lado de mi casa-… (Quizá con esa misma pistola que ese día entregó Pizarro al gobierno fue asesinado, quizá con esa misma pistola que devolvió porque creía que en Colombia ya no se necesitaban de las armas para hacer política, el gobierno y los paramilitares siguieron haciendo política a su modo), esa era la noticia del día en los noticieros del país, un guerrillero había regalado su pistola y seguía sonriendo.

Por algunos días dejé de fijarme en los noticieros y en la televisión y prefería, luego de llegar del colegio, salir corriendo a la calle y buscar a alguien para jugar; no me había olvidado de mi tío Carlos, pero por el período de las elecciones presidenciales había tantas noticias de política en los diferentes medios de comunicación y tantos significados y términos que no entendía y que nadie me explicaba, que prefería concentrarme nuevamente en la búsqueda de las laminitas del álbum del Mundial, ya me faltaban pocas y mis tíos me decían que me tenía que apresurar a completarlo porque si empezaba el Mundial en Italia y aún no tenía llenas todas las páginas con las láminas, seguramente no lo completaría, porque empezaban a escasear las “monitas” y las más difíciles de conseguir las empezaban a vender carísimas y no había plata para comprarlas tan caras; seguramente Carlos, si hubiera estado esos días en mi casa, me hubiera dicho lo mismo que mis otros tíos o quizás, por qué no, el podría haber ido al “centro”, donde siempre los adultos que había en mi casa iban a hacer “vueltas” y a comprar cosas que cerca de mi barrio no se conseguían o no llegaban, por ser un lugar que con los años supe que se trataba de una de las llamadas zonas periféricas de la ciudad, y después de haber hecho alguna diligencia, podría haberme conseguido alguna de las laminitas que me faltaban.

Pero el 26 de abril de 1990 ya no salió más mi tío Carlos en los noticieros, ese día, en un horario diferente al que todos los días empezaba el noticiero por televisión, apareció una sola noticia en medio de algún programa que no ahora no recuerdo muy bien, tal vez en medio de alguno de los programas diseñados por la política educativa colombiana de la época, que se configuraba como la simple necesidad de enseñarle a la población a sumar y a restar en cuadernos amarillos y a la luz de una vela, para que así “la gente del campo” pudiera vender y comprar en una tienda una bolsa de arroz y 5 panes, con la noción básica de que la economía consistía en sumar y restar pesos a cambio de productos, mientras que entre las élites políticas del país se diseñaba y planeaba una estrategia estructural encaminada a la implantación en poco tiempo de un modelo neoliberal y de la apertura económica.

Esa única noticia que apareció entonces en la televisión era de carácter político, como la mayoría de las noticias que se transmiten a diario en este país, una noticia en la que decían que Carlos Pizarro, ex dirigente del grupo guerrillero M-19 y candidato presidencial por la UP había sido asesinado por “agentes oscuros”… ¿Agentes oscuros? -me he preguntado desde que escuché esa noticia-, oscuros mis pulmones después de tanto cigarrillo y marihuana hasta mis 25 años. Y así entonces aparecería en la televisión un par de días después, aquel señor de bigote y sonrisa, en medio de un cajón de madera y rodeado de miles de personas que gritaban estupideces como si mi tío Carlos los escuchara, arrojándole florecitas estúpidas en la cara y adentro del cajón -mamertos de mierda- pienso cada vez que alguien arroja flores. Yo, simplemente me quedé callado como suelo hacer cada vez que algo me duele, lloré en silencio en algún rincón de mi casa para que nadie me viera, sufrí mi dolor en silencio, como la guerra y la violencia le han enseñado a sufrir a los millones de desplazados que han tenido que reconstruir su vida en medio de lo que les ofrece este país, una cultura política basada entre la guerra y el miedo que convirtió en cotidiano y en costumbre el silencio, porque en este país ni a los muertos se pueden nombrar, convirtiéndonos en país sin memoria, que ni siquiera sabe donde están sus hermanos, padres, madres, esposas, abuelos, hijos desaparecidos, que cualquier día salieron como alguno de los adultos de mi casa a hacer alguna “vuelta” y nunca más regresaron con sus familias.

Años más tarde sentado en la comodidad de mi casa y nuevamente con el televisor como instrumento de la información, comprendí por fin lo que significa poder llorar a nuestros muertos, entendí la importancia de la memoria y de la verdad; en medio de una población antioqueña apartada y de difícil acceso, una población de esas que no hacen parte de las zonas turísticas colombianas que ahora, gracias a las demagogias de la política de Seguridad Democrática, todo el mundo puede visitar por carretera escoltado por tanques del Ejército Nacional, quedé impactado al ver como una mujer de avanzada edad, que llevaba más de 10 años buscando a su esposo desaparecido luego de salir un día a trabajar en medio del campo, podía cerrar y concluir su dolor y su llanto sobre una bolsa plástica roja, de aproximadamente unos 50 centímetros de largo, que le entregaban agentes del grupo de exhumaciones del CTI con los restos de su familiar encontrado en una fosa común en medio de algún lugar de las montañas en donde desapareció, por fin, podría “dormir tranquila esa noche” agregaba la mujer mientras secaba sus ojos en medio de la serenidad de haber encontrado la verdad sobre su esposo.

Siempre a lo largo de mi vida he estado de acuerdo con que “cada lágrima enseña a los mortales una verdad” y a los 6 años, aunque comprendía perfectamente que habían matado a mi tío Carlos, quizás por esa misma cultura que hace que en este país los niños hablen de guerra desde pequeños, sentía que en realidad mi dolor no era tan egoísta, me dolía diferente, no por no verlo nunca más porque entendí que el dolor que los sobrevivientes sienten por los que mueren no está muchas veces cargado de odio y egoísmo por perder algo que creíamos nuestro, porque en este país las personas son muchas veces propiedad de otras, y por eso a la gente le dolió perder la sonrisa de Carlos Pizarro, le dolió no poder ver más esa sonrisota, su bigote y su sombrero…, egoísmo de mierda. Pero en mi silencio de 6 años me dolió la muerte de mi tío por él, porque él nunca más se iba a reír ni de sus sueños ni de los señores de corbata que hacían parte del gobierno, no me dolió porque se iba, tal vez este en un lugar mejor o tal vez nunca más exista, me dolió que su sonrisa por culpa de unos “malparidos” se borró de su cara y quedó metida dentro de un cajón de palo y debajo de tierra negra, con florecitas pendejas que arrojaba la gente.

Para la época y a mis 6 años entendía perfectamente que había pasado; un señor había cogido una pistola, quizá un revólver como los que algunos de mis tíos y de mis primos cargaban, quizá parecido al revólver con el que otro de mis tíos se había matado un par de años antes en su habitación, había salido de su casa y muy seguramente “emputado” o triste y desesperado por problemas con deudas o con su familia y había visto a mi tío Carlos con su sombrero y con su sonrisa, había sentido rabia por la alegría y el desparpajo de aquel hombre que salía en televisión y que ya no necesitaba de armas para que lo escucharan, lo vio “pagando” y ¡pum, pum pum!, toma tu balacera, y listo, lo mató y “suerte”, bueno en realidad no muy buena suerte porque uno de los que acompañaba a mi tío Carlos, uno de los escoltas que el gobierno en uno de sus tantos gestos de buena voluntad le había asignado a Carlos Pizarro para su protección (que yo creo que era de los mismos que lo mataron) también se “emputó” y sacó su pistola y ¡pum, pum pum!, le descargó todo el proveedor de balas de su pistola al señor que le había disparado a Pizarro.

A los 25 años también sigo entiendo perfectamente que pasó ese 26 de abril de 1990 en medio de ese avión; un hombre cualquiera, de esos que nunca tienen nombre ni apellido pero que se encuentran siempre detrás de las redes del poder en Colombia, se había “emputado” con la popularidad que había alcanzado un ex guerrillero como candidato presidencial y líder político, estaba preocupado porque podría irse a la cárcel algunos años o perder dinero de ese que salía a montones por las alianzas entre el narcotráfico y la política, si aquel hombre de bigote y sombrero llegaba a la presidencia o hablaba de más, así que le dio una pistola al primer sicario que vio y le dijo –vea, mate a este “hijueputa” de Carlos Pizarro y yo le pasó una buena plata, es que si ese malparido queda de presidente y habla nos jodemos todos-, así el huevón contratado, el idiota útil fue y mató a mi tío Carlos, pero el mismo personaje que le pagó a ese sicario le dijo a otro de los tantos que por unos billetes de más disponen de la vida de cualquiera, –vea, este “marica” va a matar a Carlos Pizarro, entonces usted deja que el “man” le dispare a Pizarro pero apenas haga la tarea usted lo vuelve mierda y lo llena de plomo porque fijo lo agarran y habla de más y nos jodemos todos-.

Después y antes de ese asesinato pasaron muchas cosas en medio de la política colombiana incluidas muchos más muertes, meses después se instaló todo un circo nacional al que se llamó la Constituyente en donde otro personaje que también había pertenecido al M-19 decía que él había luchado con mi tío Carlos y que su espíritu seguía vivo y no se cuantas cosas más, que una nueva Colombia se estaba construyendo y que el cambio era posible, aunque años más tarde aprendí que eso simplemente se llama discurso político y que en medio de un país sin memoria y que olvida a sus muertos, a sus desaparecidos y a sus errores, es una de las principales herramientas para jugar a la política y llenar urnas con votos. Todo ese proceso posterior fue presentado por las élites políticas del país como el mayor logro dentro de un proceso llamado como la “modernización institucional” y como suele pasar, en medio de este país que olvida de un día para el otro, se creó una enorme expectativa entre la población Colombiana con la nueva Constitución y con la revocatoria del mandato del Congreso, ambos hechos presentados aún hoy como importantes logros dentro de la cultura política del país, por un importante sector de la academia y de la intelectualidad colombiana que haciéndole eco al discurso oficial de la época, elogiaron y aún elogian ambos hechos como logros de carácter democrático e “incluso revolucionario”.

Se empezó a hablar entonces en Colombia que en la nueva Constitución se gozaba de la llamada “democracia participativa y de los nuevos derechos” y por todas partes se empezó a hacer propaganda sobre las nuevas posibilidades de participación política, maquillada en medio de la nueva Constitución en medio de artículos que estipulaban derechos fundamentales, derechos sociales, económicos y culturales, derechos colectivos y del ambiente y de los muchos mecanismos de protección y aplicación de todos esos derechos, pero que a la larga no eran más que disposiciones generales que además no contaban con posibilidades reales de implantación en Colombia, en medio de unas condiciones políticas, económicas, culturales y sociales adversas con la puesta en práctica de las políticas neoliberales instauradas por la misma Constitución participativa y democrática que causo euforia. Esa democracia participativa tan alabada por las élites, realmente se convirtió en el arma ideológica del discurso político de las nuevas banderas del neoliberalismo que ahora estaba en el poder, para combatir y acabar el discurso de la democracia representativa y se configuró como la cara amable de todas las reformas neoliberales que introdujo la nueva Carta, que traían una clara tendencia autoritarista expresada en el fortalecimiento del poder Ejecutivo, tal vez lo único que se hizo participativo en Colombia fueron la guerra y la pobreza.

Con los años me alejé de la política, aunque después vine a entender que la en Colombia la guerra se volvió cotidianidad y como la cultura, resignifica a diario todos los imaginarios de quienes vivimos en este país y de quienes tuvieron que irse a otro lugar. Por esa época, después de la muerte de Carlos Pizarro yo no volví a ver el noticiero pero si seguía buscando con afán las monedas para completar las laminitas del álbum de Panini, ya tenía al Pibe Valderrama quien según mi papá era un “berraco” y jugaba mucho al fútbol, casi como Maradona me decía y también tenía en un montón de laminitas a un poco de negros que me daba risa porque todos se parecían y a veces los cambiaba pensando que no los tenía y me llenaba de laminitas repetidas; al único que reconocía por esa época era a Rincón a Fredy Rincón, mucha “gonorrea” de negro para jugar fútbol, pensar años después también a él la guerra y lo tocó y se “torció”.

Creo que finalmente no llené ese álbum y lo peor es que años después un primo me lo robó, que lástima, todas las "galguerias" que deje de comprar para tener las putas láminitas del álbum de ese mundial y me lo robaron; pero bueno, el recuerdo no se lo robó, como tampoco me robaron el recuerdo de mi tío Carlos Pizarro.