jueves, 24 de junio de 2010

Cachabacha...

Siempre había tenido sus reservas con el fútbol y quizás hasta ahora en medio de los partidos de este Mundial africano había empezado a descubrir algunas de las condiciones que lo llevaron a guardar con prudencia sus manifestaciones de pasión desbordada por este deporte en su vida. Sabía gracias a Freud que los primeros cinco años de vida son los más importantes en la formación de un ser humano y al pensar en ello la primera imagen que se apareció en su cabeza ocurría a sus 5 años, era la bizarra escena de un negro cuarentón bailando el “waka waka” de la época con el banderín que demarcaba la esquina de la cancha, celebrándo el regalo que le había hecho segundos antes el portero de la Seleccion Colombia, personaje que añadía elementos contundentes a aquella primera imagen del fútbol en su niñez, pues siempre que mostraban al portero aquel estaba corriendo con los pelos al viento, en la mitad de la cancha, a 50mts de la portería que se suponía debía guardar, dándole toques al balón antes de emprender carrera digna de raponero de vuelta a su posición. Quizás de ahí surgió su gusto por África y su música y su adversión a jugar de portero.


Por otro lado, estaba su viejo y su afición por los deportes, por todos los deportes que se transmitieran en Colombia y que aquel pequeño radio azul de baterías permitiera seguir con la oreja pegada, además en los últimos años gracias a la televisión por cable y al tiempo libre que le permitía la jubilación, seguía más deportes y hablaba con firme autoridad sobre la Fórmula Uno, sobre La Premier League, sobre Roland Garros y como siempre del Tour de France y del Giro, eso si del único deporte del que sería fiel partícipe sería del Tejo, aunque por algunos años el viejo probó suerte en un Tejo más técnificado, Los Bolos, pero no duró mucho el entusiasmo. En cuanto al fútbol su viejo era hincha (la verdad durante toda su vida ha dudado de que su papá sea hincha de ese equipo) de Independiente Santafé, hecho que significaba que nunca en sus 25 años de vida había celebrado un campeonato del equipo de su viejo y tampoco su viejo nunca lo llevó al Estadio, cosa que hoy agradece sin reservas porque de lo contrario, muy posiblemente tendría tatuado en la espalda un pollo con camiseta azul o roja y un cuchillo en una mano.


Pero ahora llegaba a otra imagen que en medio del Mundial africano daba más vueltas en su cabeza, las mujeres y su relación con el fútbol y sabía que su planteamiento podría tomarse por machista quizás, más en pleno 2010 cuando todos rompen armarios y closets (por lo general esto sucede en casas y apartamentos de estratos 3 para arriba, pues en casas de estratos bajos raras veces hay closets), cuando todos hablan y opinan de todo con “i likes” y comillas y cuando las transmisiones del Mundial incluye notas sobre lo pegadas de las camisetas, el tipo de barba de los jugadores y cuando la mayoría de las chicas que postean resultados de partidos con corazones y emoticones no tienen ni idea de qué es un stopper o que significa marcación en zona.


A partir de estas vagas reflexiones y añadido a aquella visceral imagen del Mundial de 1990, también desde el fútbol y gracias a las mujeres había aprendido la relatividad y la ambigüedad de la vida, para su vieja solo habían y habrán dos equipos en el mundo “los de acá” y “los de allá”, denominación que provocaba y provocaría para toda su vida todo un infortunado agujero negro de explicaciones cuando en la cajita mágica se transmitía un partido internacional ajeno a los intereses de la Selección Colombia y su vieja preguntaba -¿ay casi hacen gol, quien va ganando?-. Sumado a esto, la primera imagen de su hermana con el fútbol demuestra su extraña clarividencia, miestras él en medio de sus 5 años miraba al negro Milla bailando con el banderín, ella “observaba” el partido desde la azotea de su casa, a más de 20 metros del televisor más cercano.


Pero él vivía tranquilo el Mundial de África (qué es como si hicieran un Mundial en Colombia y las sedes fueran Miami y Queens) cuando llegó un día de receso en los partidos de la mañana. Ese día solo se jugaría un partido a la tarde, donde jugaba Uruguay. La noche anterior pensó que dormiría completas las primeras horas de la mañana siguiente, no a intervalos como lo venía haciendo desde el comienzo del Mundial. Sin embargo a la mañana siguiente muy a las seis de la mañana se despertó, bueno lo despertó ella, estaba levantada desde hacia un largo rato, ya estaba bañada y sacudía su pelo verde mientras buscaba con desespero por la habitación.

-¿Has visto mis guayos? -le preguntó ella sin mirarlo-.

-¿Tus qué?, -respondió él mientras trataba de ordenar las ideas en su cabeza frente a aquella pregunta-. Pensó para si cómo era que ella estaba buscando sus guayos cuando él no había jugado fútbol hacía más de 3 años, no porque no le gustara, sino porque su tobillo ahora amaba las rocas, no los balones.

-¿Para donde vas luego? -le preguntó inocentemente con un tono burlón.

-Ay no seas tonto, yo te dije que hoy jugamos la semifinal del torneo con las niñas de Agronomía y después me voy con mis amigos a ver el partido de Uruguay -respondío secamente aún sin mirarlo y mientras cerraba su mochila con sus implementos deportivos.


Él se quedo un momento callado y aunque no estaba totalmente despierto no dudó en hablar...

-Espérame, yo quiero ir a ver jugar a “Cachabacha”-. Mientras se levantaba de la cama con lentos movimientos.

-¡Deja de ser idiota, si! Ya te he dicho que no te burles de la gente y Lucía no tiene la culpa de estar gorda. -Tomó su mochila, tiró la puerta con toda la furia y se fue sin esperarlo...


Ese día le tocó ver solo los goles de Diego “Cachabacha” Forlán.

viernes, 18 de junio de 2010

Día Gris Medio...

(Primera página)


Y allí estaba, caminando bajo la lluvia pero a pesar de ella sus pasos eran pausados, sin prisa ni rabia, parecía disfrutar de cada gota que caía sobre su cara y su pelo, quizás su gruesa barba le servía de abrigo o quizás simplemente le divertía ver como las gotas lo cubrían todo a su alrededor. Llevaba algunos años viviendo en aquella ciudad, aún se sentía un extraño y tal vez en realidad lo era, nunca se sintió cómodo en aquella urbe, pero no la culpaba a ella, él sabía que era él quien podía ser culpable, él sabía que nunca dejaría de sentirse ajeno y extraño en medio de aquellas calles, no era culpa de los edificios ni del ruido, no era culpa de las aceras anchas y atiborradas de gente, no era culpa del verano ni del invierno, solo era esa extraña sensación que lo alejaba de allí, a veces más en las noches.


Pero allí iba caminando siempre, cuando terminaba sus oficios temprano y el resto del tiempo era suyo, caminaba por todas las calles que sus pies se encontraban; quizás conocía mejor que nadie aquella ciudad, quizás ni su vecino de 78 años, que se jactaba de haberse criado allí antes de que él llegara al mundo, conocía las calles que él había recorrido; la librería vieja a unas cuadras del museo de arte en donde siempre encontraba el libro que en toda la ciudad no existía; la pastelería de cajitas rojas en donde de vez en cuando se detenía a comprar dulces para llevar; la barbería de aquel viejo italiano en donde duraba horas con el pretexto de arreglar su barba, mientras hablaba de un poco y de nada con aquel simpático barbero que nunca le cortó la barba, pero que más de una vez salieron dando tumbos llenos de vino.


Ahí estaba, en medio de su inconmensurable soledad, caminando lentamente sin huir de la lluvia, usando cualquier pretexto válido o no para demorar sus pasos, jugaba a no pisar ningún charco alejandose de las orillas, luego de un rato jugaba a pisarlos todos, mientras todos corrían a su lado en todas las direcciones él solo caminaba sin pensar, hacía ya muchos años en una tarde extraña había aprendido el significado de caminar despacio para no alejarse.


Había llegado allí como llegaba siempre a cualquier lugar, huyendo. Nadie sabía realmente por qué había huído de su país y por qué había llegado allí y aún más extrañamente nadie entendía por qué no había huído ya de esta ciudad, quizás no había nada allí que lo asustara o simplemente se había cansado de salir de noche con el eterno hueco en el pecho dejando atrás todo. Parecía que la soledad por fin había consumido sus sueños y que ahora simplemente disfrutaba de las tardes libres, sin la esperanza de otra tarde más, solo con la plena certeza de que en la madrugada, cuando el sueño lo venciera por fin, descansaría por unas horas de su extraño planeta.


La lluvia había amainado un poco y se detuvo para comprar un tabaco en un viejo bar que justo estaba en la acera de enfrente. Cruzó la calle sin prisa, entró al bar, buscó algunas monedas en el bolsillo de su abrigo y pagó el tabaco. Salío otra vez a la calle y a pesar de la lluvia se sentó en una de las bancas de la acera que aquel viejo bar ofrecía para sus fumadores. Después de medio tabaco la lluvia terminó completamente y ahora el único sonido del agua era el de los riachuelos que corrían por las canales y el serpenteo de las ruedas de los coches que volvían a pasar por la calle de enfrente. Uno de los meseros salió y le ofreció café, no sin antes ofrecerle disculpas por no haberlo atendido antes, pues con la lluvia nadie solía sentarse allí afuera, él simplemente sonrió calladamente y encargó además del café uno de esos panecillos que traían pequeñas rodajas de tomate en la cubierta y pidió además algunas galletitas. Lo había decidido, allí, mientras pasaba la tarde con su tabaco y escribía un rato en sus notas en medio de aquel día gris, se acordaría un rato de ella...


Continurá...


miércoles, 9 de junio de 2010

Gatos, se llaman gatos...


Aquella tarde, una de las últimas del invierno de aquel año, caminando en medio de las últimas luces que ofrecía el Sol a la media tarde, se encontró sólo en medio de un lugar ajeno, no escuchaba ni sentía nadie alrededor, todas las calles a su alrededor estaban llenas de ausencia y el silencio se extendía más allá de sus pasos, sólo a la distancia de varias calles, se veían los autos y los colectivos que pasaban a mano y contra mano sobre alguna avenida lejana, pero allí, alrededor de donde se había detenido en su caminata, el tiempo simplemente se había detenido.

Buscó con sus ojos en todas las direcciones pero no había movimiento alguno, solo las hojas secas que habían escapado a la limpieza de la ciudad se movían solitarias por las aceras y las calles, empujadas agónicamente por una brisa seca y fría que extendía la confirmación de que el invierno agonizaba si, pero aún seguía vivo. Todo estaba inmóvil, hasta parecía que el Sol se había detenido en aquel punto porque a pesar de que tardó algunos minutos en encontrar aquel charco amarillo sobre los adoquines de la calle del fondo, se quedó ahí por un largo rato incluso hasta después de encontrar navegante.

Fue lentamente que se empezó a fijar en la calle del fondo, aquella no era de asfalto sino de pequeños adoquines cuadrados ordenados en forma circular, formando la imagen de las ondas que provocaba la caída del Sol en el horizonte de aquel charco amarillo. Bajó su cuerpo, se tiró al suelo y busco acercar su mirada a la altura de sus zapatos, para ver como cuando uno ve a los 5 años, que ve todo desde el suelo y es capaz de ver más grande lo que esta más lejos y desde donde también se pueden ver las crestas de las olas cuando el Sol las hace estallar en mil destellos.

Ahí se quedó, inmóvil, por varios minutos, hasta que un rayo fulminante negro y blanco atravesó sus ojos y todo se ralentizó en medio de su extraño planeta. De un callejón de la izquierda que desembocaba en aquella calle, apareció de la nada un gato de media tarde, que grosera y soberbiamente interrumpió su escenario vacío para atravesarlo a modo de sublime interludio, en medio del cual nunca disminuyó su marcha más que para mirarlo a él con asombro y vehemencia, aún caminando lentamente pero con la marcha continua, para luego llegar al borde de aquel charco amarillo que se extendía sobre los cuadrados de la calle, agazaparse un instante antes de cruzarlo y luego decididamente atravesarlo hasta el horizonte, hasta otra orilla lejana.

Y después de un silencio lejano, buscando con la mirada tras los bastidores del fondo a donde se había ido el gato, la ciudad volvió a aparecer y se llenó todo el escenario con personajes torpemente dispuestos que en medio del desorden no reparaban que él estaba sentado en la mitad de la calle de adoquines, mirando desde el suelo hacia el horizonte.

Se levantó luego de algunas miradas lejanas con personajes que le pasaron al lado, sacudió el polvo de su ropa y miró la foto fija de aquella obra: allí había quedado registrado el instante antes de aquel personaje de bigotes del intermedio. Sonrió y se acordó de sus zapatos para escalar, de cómo todos preguntaban -¿cómo se llaman?- a lo que el contestaba -gatos, se llaman gatos- sin mucho reparo.

Pero años después, al sentarse a escribir la referencia de la escena sonreiría más, se acordó que nunca había pensado en los gatos, hasta decía que no los trataba mucho a pesar de que se había atrevido alguna vez a buscar casas de guepardos y a contarles manchas. Porque los gatos le parecían extraños, es que son odiosos, se van cuando se les da la gana, comen pescado, andan solos y de vez en cuando buscan alguien para pelear o para que los consienta, les gusta treparse por rocas y paredes verticales, andan de noche, se van sin avisar y cuando regresan llegan con soberbia, se lamen solos las heridas y cuando una se cierra no hay demora para abrir otra más, para luego tirarse toda una tarde sobre las tejas de barro a esperar el Sol...

...Y mirá vos, acá pensando en alistar mi mochila para irme a tirar al Sol, sin avisarle a nadie y sin que nadie me extrañe, con dos latas de atún y con solo una vaga idea de volver a verte y que en una calle de esta ciudad que nos prohibe vernos, me encuentre un charco amarillo no tan difícil de cruzar. Y una tarde en algún charco amarillo donde se detenga el tiempo te podré revolver el pelo sin miedo, así sea de lejos, conjugando el gris medio del pasto, el rosa del centro, el rojo de tus ojos y mi barba, las curvas verdes de tu pelo, el amarillo de tu vestido y tu sonrisa como puntos suspensivos sin encierros...

Y es que esta noche no estás porque es que nunca has estado, no sé a donde llegó tu torre o si las ganas de dormir se fueron por un acantilado, si te escondiste en un avión con las ganas de irte lejos como una bomba amarilla sin cuerda, pero acá en este extraño planeta hoy te ganaste un cuento, quizás por el hueco en la panza que significa un Día Gris Medio, que cada vez se oprime más entre la razón y los miedos, entre tu nombre de tres letras y el inevitable silencio de saberte muy lejos.

...Los encontré, encontré mis gatos, ahora ya puedo cerrar la mochila.

lunes, 7 de junio de 2010

"Misa de Gallo"

“Nunca pude entender la conversación que sostuve con una señora, hace muchos años; tenía yo diecisiete, ella treinta. Era la noche de Navidad. Habiendo convenido con un vecino en ir los dos a la misa de gallo, preferí no dormir; acordamos que yo iría a despertarla a medianoche”…


Llevaba ya varias semanas hospedado en esa casa y casi siempre era el único hombre - si es que podía considerarme un varón a esa edad – en la casa porque el marido de la señora siempre se ausentaba por varias semanas y esa era la situación de esa noche. Me propuse esperar la media noche acomodado en una pequeña sala de la casa que tenía un par de ventanas pequeñas que daban hacia la calle.


La señora Cándida que la más de las veces era tímida y callada, viviendo a la sombra de su madre y de su marido, había aparecido esa noche en medio de mi espera para la misa de gallo y me había empezado a hablar de cualquier tema y de ninguno, provocando que no me concentrara en sus palabras porque yo solo advertía la bata traslúcida que llevaba puesta y su blancura extraña, que se convirtió muy rápidamente esa noche de un simple rasgo a una razón de hermosura. Sin embargo después de cantaletear y divagar por muchos temas la conversación llegó a un punto muerto y el silencio se apoderó de los dos, se quedó parada junto a una de las ventanas y luego de un silencio que pareció eterno suspiró.


- Ahí llego su compañero de misa de gallo, tuvo que venir a buscarlo a usted -. Enseguida puso en su rostro un pálido rasgo de desaliento, se despidió fríamente y me dijo que trataría de volver a dormir otra vez luego de que se callara el ruido de las calles producido por la gente que se dirigía a la misa. - Aunque no estoy cansada, seguramente me desvelaré y me encuentre despierta cuando vuelva – me replicó antes de perderse en el pasillo que se adentraba en la penumbra de la casa.


Salí a la calle y saludé a mi compañero al tiempo que procuraba empujar el portón de la entrada lo más lento posible para evitar que el ruido del golpe despertara a alguien más en la casa. Guardé pacientemente la llave en uno de los bolsillos interiores del abrigo que había tomado prestado del marido de la señora Cándida, pensaba que quizá entre el tumulto y la romería podría caerse la llave y perderse, así que procuré guardarla bien.


Hacía un poco de frío y una bruma helada bajaba por la calle, clima bastante raro para esos días de fiesta. Caminamos hacia abajo por la Calle del Senado pero yo no dejaba de pensar que el aíre de la pequeña sala de la casa de la señora debía seguir múcho más cálido que el de afuera, quizá de algún modo empezaba a extrañar a Cándida – ¿ya la llamaba por su nombre?- y su repentina y súbita belleza. - ¿Por qué la demora? – interrumpió mi compañero mis pensamientos, -afortunadamente me desperté y vine a buscarlo o nos hubiéramos perdido la misa de gallo – añadió. - Me quedé dormido leyendo uno de mis libros -¡vaya mentira! – tal vez estaba cansado.


Seguimos en silencio hasta llegar a la iglesia; la misa comenzó enseguida pero todo me empezó a parecer aburrido y plano, todo el ritual y el lujo no lograban despertar mi asombro y en medio de la misa estuve a punto de dormirme varias veces. Salimos de la iglesia con una premura tácita obligada por mis pasos apresurados. -¡Vaya, si era cansancio lo suyo! – me increpó mi acompañante – mejor váyase a descansar aprovechando que hoy es feriado. Yo solo asentí a su sugerencia con un leve gesto, moviendo la cabeza y los hombros y apenas concluida la despedida con mi compañero de misa de gallo caminé rápido de vuelta a la casa.


Tal vez por estar apresurado perdí el camino y en más de una esquina me tuve que detener y devolver los pasos, caminaba la calle entera hacia arriba y cuando llegaba a otra esquina me daba cuenta que me había equivocado -¡que tonto!- pensaba y volvía a retomar el camino.


Finalmente llegué al portón de la casa y busqué la llave rápidamente esperando encontrar a Cándida aún despierta y poder terminar el silencio en el que se había quedado la conversación, pero dentro del abrigo mi mano sintió el frío del azar; el bolsillo tenía un pequeño agujero al lado de la costura de adentro por el que llave había ido a parar al suelo de alguna de las esquinas de mi torpe recorrido de regreso.


Me senté en un escalón al lado de la portezuela y confirmé lo que esperaba, Cándida estaba aún despierta; hasta el portón llegaban los gritos de placer de la tímida señora Cándida, su marido había regresado.


domingo, 6 de junio de 2010

Un no lugar...

(Son las 3:33 y recuerda que la masa del Sol es 333 mil veces la masa de la Tierra.


Y allí está, otra vez amanece en aquel lugar y parece que esta vez habrá buen tiempo, al menos por la mañana porque a través de las rendijas de la ventana se cuela bastante luz amarilla, situación que se torna reconfortante por varios minutos en los que simplemente se sienta en su cama contra la pared, con la mirada fija en los diminutos granos de polvo que vuelan atravesando los rayos de luz. Se revuelve el pelo con ambas manos, al fondo suenan voces ajenas que se cuelan en la habitación desde el radio viejo que se encarga de despertarlo cuando decide madrugar, no sabe la hora pero sabe que si el radio está sonando es temprano, bien temprano en la mañana, se levanta de su rincón y se asoma por la ventana y aún con la pereza en los ojos, observa como desde el este los primeros rayos de luz empiezan a iluminar las tejas de barro de la casa.


Se devuelve a su cama y se tira al revés, con la cabeza hacia abajo a mirar las grietas de su techo, reconoce algunas nuevas y pasa lista sobre las viejas conocidas, las que ya tienen hasta un recipiente seleccionado para los días de lluvia. Allí tirado con la vista en su techo recuerda pedazos de su pasado y entonces mira sus manos, se detiene a mirar una pequeña grieta en su mano derecha y al verla recuerda otra historia lejana, de aquellas primeras historias que involucrarían rocas y al volver su mirada al techo sonríe, quizás por eso tiene tantas historias en su cabeza. Se levanta de la cama, come algo que encuentra en la mesa de la cocina, se da un baño rápido, se despide de su perro y sale de aquel lugar con pasos lentos


Al comenzar a caminar no se da cuenta del cambio pero cuando se percata de lo que pasa ya esta lejos de aquel lugar, lejos de su extraño planeta. Y lo nota cuando ya es tarde y debe despedirse y marcharse, aunque la verdad él no está de acuerdo de que en realidad sea tarde pero así suceden las cosas por acá porque en este lugar se mide el tiempo y se miden los espacios, entonces solo sucede que ella se aleja a través de la gente y él no puede detenerla y en el diminuto instante que va a correr atrás de ella para alcanzarla y abrazarla por un instante más, algo le impide moverse y simplemente clava su mirada en el suelo, buscando quizás alguna grieta sobre el asfalto y entonces recuerda que aquella superficie también mide gris medio.


Desde la ventana del bus observa un lugar conocido y en la parada cercana decide bajarse justo antes de que las puertas se cierren sobre su nariz. Camina un rato y luego decide detenerse en unos escalones viejos que hacen parte de su tiempo por aquí y se sienta en aquel sofá improvisado a dejar que pase el tiempo de la tarde. La verdad no deseaba estar allí pero era una tarde soleada y no valía la pena irse tan pronto a su extraño planeta, quizás estando allí sentado por lo menos llegaría algún conocido con quien hablar tonterías mientras se hacía tarde y dejaba de pensar en ella.


Se levantó de los escalones con prisa, no era tarde pero empezó a caminar por una acera sin mucha gente y otra vez sin notarlo todo cambia a su alrededor, estaba otra vez de vuelta en su extraño planeta y ya veía a una corta distancia la ventana de su habitación. En aquel lugar ya era de noche, allá afuera aún empezaba el atardecer pero en su extraño planeta el día se había marchado hacía varias horas y el frío y la oscuridad de la noche ya lo había cubierto todo, así que no quiso comprender nada allí adentro y salío por su ventana a treparse sobre las tejas de barro, quizás desde allí aún podría ver el atardecer lejano que sucedía en La Tierra.


Entonces reconoció que en su extraño planeta aquel día que había pasado lejos de allí habría sido bien diferente, habría llovido un poco por la mañana pero habría sido solo una liguera lluvia para refrescar la hierba y dejarla húmeda, luego habría caminado todo el día recorriendo los caminos a través del campo, deteniéndose un poco a cada rato para esperarla a ella y en algún momento se habrían sentado en alguna roca de esas desde donde se ve el mar, entonces se habría detenido el tiempo mientras revolvía las curvas de aquel pelo verde que caía sobre su sonrisa y sus ojos rojos, sí, ese día en su extraño planeta habría sido diferente y quizás aún estaría en curso el atardecer, lejos de la noche que ahora tenía encima.


Pero estando allí sentado sobre el tejado de barro, viendo como la noche ya lo cubría todo solo pudo mirar a la distancia y sonreir con ironía: su extraño planeta solo es un lejano, maldito y fugaz no lugar, en donde unos puntos suspensivos duermen de cabeza.