Y tal vez al final nada de lo que se haga importe, porque quizá nuestra historia, la verdadera, la que cada uno cuenta y escribe desde adentro, nunca sea escuchada ni leída por alguien más aparte de su autor. Porque desde adentro los silencios, las pausas, las exclamaciones, los puntos finales y los innumerables puntos suspensivos tienen otro significado, tienen otro sentido que nunca seremos capaces de explicar, por eso a la larga dejamos que cada uno de los que se detienen a leer nuestra historia acomode su imaginario y nos construya de cierta forma, nos interprete a su manera y a su antojo, porque desde diferentes orillas la cobardía puede ser prudencia, el valor puede ser estupidez, la sensatez puede ser estancamiento y el amor puede ser una escenita empalagosa en cualquier esquina de una ciudad.
Quizá por eso al final tampoco importe si nuestra historia es una comedia o un drama, grandes reyes han destruido a sus pueblos y singulares verdugos han ayudado a escapar a los condenados, a veces se nos olvida que la espada de la justicia sigue siendo un arma, con un filo imperceptible, un arma que como todas tiene que cubrirse de sangre al momento de ser usada.
Entonces desde afuera llegan reclamos e interrogatorios, dudas al aire y al silencio, por qué aquel que fue tan recto terminó en medio de la oscuridad y las migajas de una celda y por qué aquel demonio se convirtió en un estandarte de muchos, siendo quizás que el hombre recto envidie al demonio y que aquel demonio hubiese preferido la oscuridad y el silencio...
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