"Nuestro objetivo, abrir caminos de democracia y justicia social; para nosotros, nada distinto a participar en las conquistas de todos... Llegamos con la convicción profunda de que algo nuevo tiene que abrirse en Colombia…
Sí se pueden transitar otros caminos, siempre y cuando se salga de la indolencia, siempre y cuando se hable con franqueza, siempre y cuando volvamos a tener valores, volvamos a tener la bonanza moral, la única bonanza que permitirá construir un país en paz, construir nuestro desarrollo y sentirnos dignos”.
Carlos Pizarro
A MI “TIO”
CARLOS…
El primer recuerdo de una noticia política, de esas que hoy llenan tantas páginas de prensa y que se esgrimen como la excusa para extender los noticieros en la televisión privada mientras nos invaden el imaginario con la significación de que “Colombia es pasión” y de que en este país solo hay dos bandos: los buenos y los malos y si no se está de acuerdo con los buenos, entonces se es de los malos, me llevó al 26 de abril de 1990. Yo tenía 6 años y mi principal y quizás única preocupación por esos días era poder recoger a hurtadillas todas las monedas que me encontraba en cada rincón de mi casa, con el único propósito de juntarlas para comprar las laminitas del álbum del mundial de fútbol de Italia 90, quería completar las “monitas” de los jugadores de la Selección Colombia porque mi papá me decía que esos señores, que no conocía y que ni siquiera había visto en la calle, nos representaban a los colombianos en el mundo y frente al mundo y parecía que por lo menos para él eso era verdad porque cuando en el televisor se veía un partido de fútbol de Colombia, él gritaba, alegaba, se reía y les hablaba a los jugadores como si lo escucharan ( realmente yo sabía que no era verdad, que no lo escuchaban porque el fútbol se jugaba en canchas de pasto y no dentro de televisores, además mi papá me llevaba a jugar fútbol y cuando uno juega y va corriendo con el balón no escucha a nadie) y cuando sonaba el himno nacional se ponía muy serio y nos decía que no hiciéramos bulla, que la selección iba a jugar.
Volvamos a mi recuerdo de abril de 1990, una imagen de esa categoría de política que a pesar de llevar varios años conociendo, cada vez me parece más oscura y más sórdida. Hacía varios meses yo veía en los noticieros de los canales públicos noticias sobre algo que se llamaba “M-19” y decían con cara de seriedad ciertas palabras como “desmovilización”, “reinserción a la vida civil” y “guerrilla” y casi siempre, cuando hablaban de esos significados salía un señor de bigote que se parecía a un tío: era un señor flaco, a veces salía con sombrero y otras salía sin nada en la cabeza con el pelo corto pero algo desordenado, pero siempre que veía a este señor, en medio del cuadradito que ponían alrededor de su cara, hablaba de cosas que me parecían bonitas, hablaba de libertad (un término que a la larga nunca comprendí y que cada vez se hace más lejano) y hablaba de cosas de lo que debería ser la política del país y lo que más me gustaba era que siempre que salía en las noticias o en los periódicos, que por esa época traían entre sus páginas más muñequitos y menos sangre, tenía una sonrisota en la cara que me alegraba mucho y así empecé a sentir que ese señor que salía en la televisión con un sombrero, era como un tío también, uno muy importante y con mucho trabajo pero que no tenía esa cara gruñona que tenían los adultos, lo sentía de la familia porque se reía como mi papá o como mis tíos, que aunque trabajaban mucho y a veces se ponían tristes porque no había plata para cosas, siempre se reían y se olvidaban de los problemas tomándose unas cervezas, jugando tejo y bailando.
Entonces Carlos, así se llamaba el señor del bigote con sonrisa, se convirtió en uno más de mis tíos, me gustaba ver cuando hablaba en los noticieros y ver como salía al lado de esos señores gordos y de corbata hablando cosas bonitas, hablando de la importancia de los ideales y de las utopías para construir una nación democrática y en paz, hablando de entregar las armas y de luchar por los sueños y por el reto de sentar las bases de una Colombia democrática y participativa. Recuerdo que un día, justo en el noticiero que pasaban a la hora en que mi papá se sentaba a comer, lo vi una vez a Carlos, en unas imágenes en medio quizá de una finca o de algún lugar del “campo” como despectivamente siempre se ha dirigido la sociedad pseudo urbana colombiana para referirse a las zonas rurales de nuestro país, entregando unas armas que tal vez eran fusiles sobre una mesa, realmente no se para qué las entregaba, -yo no regalo lo que es mío- pensaba mientras veía a Carlos sonreír y entregar sus armas y añadía en mi mente -pero bueno, el regaló esa pistola tal vez para mostrar un gesto de amigos, como cuando yo dejaba montar en mi bicicleta a Andrés, un amiguito de al lado de mi casa-… (Quizá con esa misma pistola que ese día entregó Pizarro al gobierno fue asesinado, quizá con esa misma pistola que devolvió porque creía que en Colombia ya no se necesitaban de las armas para hacer política, el gobierno y los paramilitares siguieron haciendo política a su modo), esa era la noticia del día en los noticieros del país, un guerrillero había regalado su pistola y seguía sonriendo.
Por algunos días dejé de fijarme en los noticieros y en la televisión y prefería, luego de llegar del colegio, salir corriendo a la calle y buscar a alguien para jugar; no me había olvidado de mi tío Carlos, pero por el período de las elecciones presidenciales había tantas noticias de política en los diferentes medios de comunicación y tantos significados y términos que no entendía y que nadie me explicaba, que prefería concentrarme nuevamente en la búsqueda de las laminitas del álbum del Mundial, ya me faltaban pocas y mis tíos me decían que me tenía que apresurar a completarlo porque si empezaba el Mundial en Italia y aún no tenía llenas todas las páginas con las láminas, seguramente no lo completaría, porque empezaban a escasear las “monitas” y las más difíciles de conseguir las empezaban a vender carísimas y no había plata para comprarlas tan caras; seguramente Carlos, si hubiera estado esos días en mi casa, me hubiera dicho lo mismo que mis otros tíos o quizás, por qué no, el podría haber ido al “centro”, donde siempre los adultos que había en mi casa iban a hacer “vueltas” y a comprar cosas que cerca de mi barrio no se conseguían o no llegaban, por ser un lugar que con los años supe que se trataba de una de las llamadas zonas periféricas de la ciudad, y después de haber hecho alguna diligencia, podría haberme conseguido alguna de las laminitas que me faltaban.
Pero el 26 de abril de 1990 ya no salió más mi tío Carlos en los noticieros, ese día, en un horario diferente al que todos los días empezaba el noticiero por televisión, apareció una sola noticia en medio de algún programa que no ahora no recuerdo muy bien, tal vez en medio de alguno de los programas diseñados por la política educativa colombiana de la época, que se configuraba como la simple necesidad de enseñarle a la población a sumar y a restar en cuadernos amarillos y a la luz de una vela, para que así “la gente del campo” pudiera vender y comprar en una tienda una bolsa de arroz y 5 panes, con la noción básica de que la economía consistía en sumar y restar pesos a cambio de productos, mientras que entre las élites políticas del país se diseñaba y planeaba una estrategia estructural encaminada a la implantación en poco tiempo de un modelo neoliberal y de la apertura económica.
Esa única noticia que apareció entonces en la televisión era de carácter político, como la mayoría de las noticias que se transmiten a diario en este país, una noticia en la que decían que Carlos Pizarro, ex dirigente del grupo guerrillero M-19 y candidato presidencial por la UP había sido asesinado por “agentes oscuros”… ¿Agentes oscuros? -me he preguntado desde que escuché esa noticia-, oscuros mis pulmones después de tanto cigarrillo y marihuana hasta mis 25 años. Y así entonces aparecería en la televisión un par de días después, aquel señor de bigote y sonrisa, en medio de un cajón de madera y rodeado de miles de personas que gritaban estupideces como si mi tío Carlos los escuchara, arrojándole florecitas estúpidas en la cara y adentro del cajón -mamertos de mierda- pienso cada vez que alguien arroja flores. Yo, simplemente me quedé callado como suelo hacer cada vez que algo me duele, lloré en silencio en algún rincón de mi casa para que nadie me viera, sufrí mi dolor en silencio, como la guerra y la violencia le han enseñado a sufrir a los millones de desplazados que han tenido que reconstruir su vida en medio de lo que les ofrece este país, una cultura política basada entre la guerra y el miedo que convirtió en cotidiano y en costumbre el silencio, porque en este país ni a los muertos se pueden nombrar, convirtiéndonos en país sin memoria, que ni siquiera sabe donde están sus hermanos, padres, madres, esposas, abuelos, hijos desaparecidos, que cualquier día salieron como alguno de los adultos de mi casa a hacer alguna “vuelta” y nunca más regresaron con sus familias.
Años más tarde sentado en la comodidad de mi casa y nuevamente con el televisor como instrumento de la información, comprendí por fin lo que significa poder llorar a nuestros muertos, entendí la importancia de la memoria y de la verdad; en medio de una población antioqueña apartada y de difícil acceso, una población de esas que no hacen parte de las zonas turísticas colombianas que ahora, gracias a las demagogias de la política de Seguridad Democrática, todo el mundo puede visitar por carretera escoltado por tanques del Ejército Nacional, quedé impactado al ver como una mujer de avanzada edad, que llevaba más de 10 años buscando a su esposo desaparecido luego de salir un día a trabajar en medio del campo, podía cerrar y concluir su dolor y su llanto sobre una bolsa plástica roja, de aproximadamente unos 50 centímetros de largo, que le entregaban agentes del grupo de exhumaciones del CTI con los restos de su familiar encontrado en una fosa común en medio de algún lugar de las montañas en donde desapareció, por fin, podría “dormir tranquila esa noche” agregaba la mujer mientras secaba sus ojos en medio de la serenidad de haber encontrado la verdad sobre su esposo.
Siempre a lo largo de mi vida he estado de acuerdo con que “cada lágrima enseña a los mortales una verdad” y a los 6 años, aunque comprendía perfectamente que habían matado a mi tío Carlos, quizás por esa misma cultura que hace que en este país los niños hablen de guerra desde pequeños, sentía que en realidad mi dolor no era tan egoísta, me dolía diferente, no por no verlo nunca más porque entendí que el dolor que los sobrevivientes sienten por los que mueren no está muchas veces cargado de odio y egoísmo por perder algo que creíamos nuestro, porque en este país las personas son muchas veces propiedad de otras, y por eso a la gente le dolió perder la sonrisa de Carlos Pizarro, le dolió no poder ver más esa sonrisota, su bigote y su sombrero…, egoísmo de mierda. Pero en mi silencio de 6 años me dolió la muerte de mi tío por él, porque él nunca más se iba a reír ni de sus sueños ni de los señores de corbata que hacían parte del gobierno, no me dolió porque se iba, tal vez este en un lugar mejor o tal vez nunca más exista, me dolió que su sonrisa por culpa de unos “malparidos” se borró de su cara y quedó metida dentro de un cajón de palo y debajo de tierra negra, con florecitas pendejas que arrojaba la gente.
Para la época y a mis 6 años entendía perfectamente que había pasado; un señor había cogido una pistola, quizá un revólver como los que algunos de mis tíos y de mis primos cargaban, quizá parecido al revólver con el que otro de mis tíos se había matado un par de años antes en su habitación, había salido de su casa y muy seguramente “emputado” o triste y desesperado por problemas con deudas o con su familia y había visto a mi tío Carlos con su sombrero y con su sonrisa, había sentido rabia por la alegría y el desparpajo de aquel hombre que salía en televisión y que ya no necesitaba de armas para que lo escucharan, lo vio “pagando” y ¡pum, pum pum!, toma tu balacera, y listo, lo mató y “suerte”, bueno en realidad no muy buena suerte porque uno de los que acompañaba a mi tío Carlos, uno de los escoltas que el gobierno en uno de sus tantos gestos de buena voluntad le había asignado a Carlos Pizarro para su protección (que yo creo que era de los mismos que lo mataron) también se “emputó” y sacó su pistola y ¡pum, pum pum!, le descargó todo el proveedor de balas de su pistola al señor que le había disparado a Pizarro.
A los 25 años también sigo entiendo perfectamente que pasó ese 26 de abril de 1990 en medio de ese avión; un hombre cualquiera, de esos que nunca tienen nombre ni apellido pero que se encuentran siempre detrás de las redes del poder en Colombia, se había “emputado” con la popularidad que había alcanzado un ex guerrillero como candidato presidencial y líder político, estaba preocupado porque podría irse a la cárcel algunos años o perder dinero de ese que salía a montones por las alianzas entre el narcotráfico y la política, si aquel hombre de bigote y sombrero llegaba a la presidencia o hablaba de más, así que le dio una pistola al primer sicario que vio y le dijo –vea, mate a este “hijueputa” de Carlos Pizarro y yo le pasó una buena plata, es que si ese malparido queda de presidente y habla nos jodemos todos-, así el huevón contratado, el idiota útil fue y mató a mi tío Carlos, pero el mismo personaje que le pagó a ese sicario le dijo a otro de los tantos que por unos billetes de más disponen de la vida de cualquiera, –vea, este “marica” va a matar a Carlos Pizarro, entonces usted deja que el “man” le dispare a Pizarro pero apenas haga la tarea usted lo vuelve mierda y lo llena de plomo porque fijo lo agarran y habla de más y nos jodemos todos-.
Después y antes de ese asesinato pasaron muchas cosas en medio de la política colombiana incluidas muchos más muertes, meses después se instaló todo un circo nacional al que se llamó la Constituyente en donde otro personaje que también había pertenecido al M-19 decía que él había luchado con mi tío Carlos y que su espíritu seguía vivo y no se cuantas cosas más, que una nueva Colombia se estaba construyendo y que el cambio era posible, aunque años más tarde aprendí que eso simplemente se llama discurso político y que en medio de un país sin memoria y que olvida a sus muertos, a sus desaparecidos y a sus errores, es una de las principales herramientas para jugar a la política y llenar urnas con votos. Todo ese proceso posterior fue presentado por las élites políticas del país como el mayor logro dentro de un proceso llamado como la “modernización institucional” y como suele pasar, en medio de este país que olvida de un día para el otro, se creó una enorme expectativa entre la población Colombiana con la nueva Constitución y con la revocatoria del mandato del Congreso, ambos hechos presentados aún hoy como importantes logros dentro de la cultura política del país, por un importante sector de la academia y de la intelectualidad colombiana que haciéndole eco al discurso oficial de la época, elogiaron y aún elogian ambos hechos como logros de carácter democrático e “incluso revolucionario”.
Se empezó a hablar entonces en Colombia que en la nueva Constitución se gozaba de la llamada “democracia participativa y de los nuevos derechos” y por todas partes se empezó a hacer propaganda sobre las nuevas posibilidades de participación política, maquillada en medio de la nueva Constitución en medio de artículos que estipulaban derechos fundamentales, derechos sociales, económicos y culturales, derechos colectivos y del ambiente y de los muchos mecanismos de protección y aplicación de todos esos derechos, pero que a la larga no eran más que disposiciones generales que además no contaban con posibilidades reales de implantación en Colombia, en medio de unas condiciones políticas, económicas, culturales y sociales adversas con la puesta en práctica de las políticas neoliberales instauradas por la misma Constitución participativa y democrática que causo euforia. Esa democracia participativa tan alabada por las élites, realmente se convirtió en el arma ideológica del discurso político de las nuevas banderas del neoliberalismo que ahora estaba en el poder, para combatir y acabar el discurso de la democracia representativa y se configuró como la cara amable de todas las reformas neoliberales que introdujo la nueva Carta, que traían una clara tendencia autoritarista expresada en el fortalecimiento del poder Ejecutivo, tal vez lo único que se hizo participativo en Colombia fueron la guerra y la pobreza.
Con los años me alejé de la política, aunque después vine a entender que la en Colombia la guerra se volvió cotidianidad y como la cultura, resignifica a diario todos los imaginarios de quienes vivimos en este país y de quienes tuvieron que irse a otro lugar. Por esa época, después de la muerte de Carlos Pizarro yo no volví a ver el noticiero pero si seguía buscando con afán las monedas para completar las laminitas del álbum de Panini, ya tenía al Pibe Valderrama quien según mi papá era un “berraco” y jugaba mucho al fútbol, casi como Maradona me decía y también tenía en un montón de laminitas a un poco de negros que me daba risa porque todos se parecían y a veces los cambiaba pensando que no los tenía y me llenaba de laminitas repetidas; al único que reconocía por esa época era a Rincón a Fredy Rincón, mucha “gonorrea” de negro para jugar fútbol, pensar años después también a él la guerra y lo tocó y se “torció”.
Creo que finalmente no llené ese álbum y lo peor es que años después un primo me lo robó, que lástima, todas las "galguerias" que deje de comprar para tener las putas láminitas del álbum de ese mundial y me lo robaron; pero bueno, el recuerdo no se lo robó, como tampoco me robaron el recuerdo de mi tío Carlos Pizarro.