jueves, 12 de enero de 2012

You've seen a thousand like me...

¿Cuál es el impulso hediondo que sustenta esa necesidad casi generalizada de hacer ruido, de ser visibles a la fuerza, de destacar nuestras historias como titulares de prensa, como si las noticias en un país lleno de tribulaciones no fueran suficientes?

¿Por qué la ubicación geográfica, por qué la necesidad de detenerse en medio de la Gran Muralla China para sacar un aparato y regurgitarle al mundo la insignificancia del lugar que ocupan nuestros pies en determinado lugar frente a las historias que pasaron y pasaran antes y después por allí?

¿De dónde aparece esa sensación que dan algunos de estar tachando una lista, con la imperiosa urgencia de buscar una red de Internet en medio del desierto, frente al mar, en una montaña nevada o en la selva para aclarar "en donde estoy yo y en donde no está usted"?

Creo que a la larga el "problema" es que nuestra soberbia y nuestro desdeño por el silencio nos ha traído a la mezquindad de escribir nuestras historias y relatar nuestros viajes aun antes de dejar que el sonido del tren en el que partimos con la mochila a la espalda, se aleje un poco en el horizonte...

miércoles, 12 de octubre de 2011

Abrigo Rojo

"Porque a escribir nadie le enseña a uno... porque a escribir se aprende".

(...) después de caminar por un par de cuadras llegaron a uno de los muelles de carga del puerto, esos que aún quedan en la parte norte del barriecito de mierda que construyeron sobre las ruinas de las viejas dársenas en donde trabajó el abuelo de él, de Santiago. Ambos llevaban un rato en silencio, en parte quizá por el frío aterrador que bajaba de la cordillera embalado en desafiantes nubarrones negros, aunque también ayudaban las pocas ganas que él tenía de hablarle, prefería quedarse en ese estado febril que traía en su mente y que desde afuera sólo era percibido como unos puntos suspensivos en el interludio de alguno de sus cuentos flojos.

Encontraron una banca desocupada y se sentaron uno al lado del otro, separados por la distancia que provocaba su silencio; pero no pasaron ni tres segundos cuando él se levantó y caminó hacia la baranda del muelle, sacó de uno de sus bolsillos un cigarrillo y mientras buscaba adentro de su abrigo algo para encenderlo, empezó a hablar sin mirarla, tal vez aprovechando que sus palabras se escurrían en la misma dirección del viento y que tal vez tardarían 80 días en darle la vuelta al mundo para que ella, sentada en la fría banca de atrás, las escuchara.

Empezó a decir en voz alta la misma idea estúpida que llevaba meses dando vueltas en uno de los rincones de su cabeza, aquello de que él estaba seguro que había atravesado una frontera maldita de la soledad, una que le impedía sentir la necesidad de alguien, un límite que después de cruzarlo lo había hecho invulnerable a toda la basura que nos etiquetan en las vidrieras con la palabra "amor", un umbral que quizá lo estaba convenciendo de que ya no debía amar a alguien, de que ya no quería amar a alguien...

...pero todo lo que dijo se lo llevó el viento hacia los barcos que se veían atracados al fondo del puerto, unos cientos de metros mar adentro. Ella había tratado de oír lo que él decía pero desde la banca sólo pudo ver como sus labios se movían en medio del sonido del viento, del ruido de las sirenas de los buques cercanos que maniobraban para atracar y del humo que salía de sus pulmones y del cigarrillo en su mano; quizá alguien debería haberle dicho que sólo debía esperar a que aquella sarta de estupideces le diera la vuelta al globo terráqueo para poder salir de la duda.

Él se calló un momento y aprovechando que el viento había cesado habló más duro, aún sin hablarle directamente a ella, con la mirada perdida en las lucecitas que se empezaban a prender en los camarotes de algunos barcos: -no me gusta más este juego, parece que sólo soy una especie de puntos suspensivos encerrados en un paréntesis en una historia ajena -sentenció con fuerza mientras exhalaba el humo del cigarrillo y ocultaba sus ojos rojos-, quizá sólo esté haciendo un personaje de mierda en una historia que no compartiremos.

Ella miró fijamente sus zapatos y pareció no importarle la seriedad de sus palabras porque después de algunos segundos soltó una carcajada que terminó con la maldita sonrisa que él adoraba. -Me tengo que ir -replicó ella desde la banca-, va a empezar la lluvia y no quiero mojarme, aunque valdría la pena quedarme a ver tu pataleta ridícula. Él terminó el cigarrillo y lo arrojó al suelo para pisarlo, sacó la mano de uno de sus bolsillos y le tiró a ella un prendedor rojo que había sido siempre su excusa para verla, se acercó a la banca, recogió su mochila y se fue caminando hacia el sur, con la idea fija de que quizá fue una suerte no haber tocado nunca su boca.

Pocos días después ella siguió su historia verdadera, la de frases completas y contundentes con poco tiempo para los puntos suspensivos, aunque algunas veces, en los días grises y lluviosos, pensaba en el espacio en silencio que había entre esos tres puntos, casi como el silencio entre el golpeteo de la lluvia sobre el pavimento. Él, esa misma noche en el puerto, abordó un tren hacia la sierra, a algún lugar perdido en las montañas y el campo en donde estaba seguro nunca más vería esa sonrisa de nuevo, pero tendría para siempre el recuerdo incesante del abrigo rojo de Mariana con su olor a hierba mate, de los puntos suspensivos y del largo silencio...



lunes, 10 de octubre de 2011

Nada...

Y tal vez al final nada de lo que se haga importe, porque quizá nuestra historia, la verdadera, la que cada uno cuenta y escribe desde adentro, nunca sea escuchada ni leída por alguien más aparte de su autor. Porque desde adentro los silencios, las pausas, las exclamaciones, los puntos finales y los innumerables puntos suspensivos tienen otro significado, tienen otro sentido que nunca seremos capaces de explicar, por eso a la larga dejamos que cada uno de los que se detienen a leer nuestra historia acomode su imaginario y nos construya de cierta forma, nos interprete a su manera y a su antojo, porque desde diferentes orillas la cobardía puede ser prudencia, el valor puede ser estupidez, la sensatez puede ser estancamiento y el amor puede ser una escenita empalagosa en cualquier esquina de una ciudad.

Quizá por eso al final tampoco importe si nuestra historia es una comedia o un drama, grandes reyes han destruido a sus pueblos y singulares verdugos han ayudado a escapar a los condenados, a veces se nos olvida que la espada de la justicia sigue siendo un arma, con un filo imperceptible, un arma que como todas tiene que cubrirse de sangre al momento de ser usada.

Entonces desde afuera llegan reclamos e interrogatorios, dudas al aire y al silencio, por qué aquel que fue tan recto terminó en medio de la oscuridad y las migajas de una celda y por qué aquel demonio se convirtió en un estandarte de muchos, siendo quizás que el hombre recto envidie al demonio y que aquel demonio hubiese preferido la oscuridad y el silencio...

sábado, 27 de agosto de 2011

Donde desaparece el "Like"...

Aún sigo atrave(Z)ándome los caminos... pero la estupidez humana debe doler, siempre, de lo contrario nos convertimos en idiotas útiles preocupados por el iPod, la ropa, el laburo, la canción de moda, contarle a los demás que estamos tristes, contarle a los demás que estamos felices, subir la foto con cara depresiva, subir la foto con la sonrisa idiota, parecer idiota, parecer inteligente. Pero saber sobre una masacre en el Cauca, en Nariño o en Córdoba nos parece un dato de más en el día, hasta a veces nos cuesta saber dónde es que queda el Cauca, de dónde putas es ese grupo de negros que tocó en la rumba de anoche... es mejor sorprenderse por cosas simples que no se esperan y ocurren, que desolarse por la espera vacía de grandes acontecimientos.

Somos muy diferentes, tan diferentes que nunca nadie llegará a imaginarme de una forma diferente a la que me ve. Ya estuvo bueno eso de demostrarle a los demás que "somos muy raros y que pensamos diferente"... que escuchamos el grupo clandestino, la banda underground, que nos vimos la película noruega premiada, que sabemos inglés y francés. Yo le he encontrado poco a poco significado al silencio, ya no soy uno solo (sí, sin tilde), soy un montón de versiones de mí, un montón de alter egos que desaparecen y se desvanecen y cada vez se alejan más de quienes conozco...

Pocos realmente sabrán imaginarme cercano a alguno de los alter egos que soy, eso porque lo más parecido a lo que podría ser "yo", empieza a descubrirse al nivel del mar o por encima de los 4.500 metros de altura, espacios llenos de lugares y no lugares, donde el silencio vuelve a ese estado natural como en la música, en donde es un actor principal, permitiendo viajar perdido entre el golpeteo del Mar contra las rocas, en medio de un día de pesca o entre los terrores blancos y azules que se escurren entre las grietas de un glaciar en una alta Montaña; lugares en donde curiosamente, siempre me quedo en silencio y solo. Vos seguramente estás más cerca de acá que del otro lado, eres parte de este sistema, te seduce y lo seduces, juegas con él y te dejas también engañar, eso lo sé porque tengo un montón de versiones de mí que hacen lo mismo. Eso no está bien o mal, más cuando esas dos palabras no significarían nada si nuestro cerebro fuera formateado, sin embargo en el silencio uno se da cuenta que no hay que demostrarle al sistema o a los demás nada, pero claro, es fácil no resistir las ganas de responder a cualquier idiotez.

Hay que engañarse conscientemente, ese afán por buscar reconocimiento casi nunca es visto de forma consciente, además el reconocimiento no hablará de la calidad de tu trabajo, eso sólo lo sabrás vos; como dije alguna vez parafreaseando una escena de "The Sleeper", parece que cosas como el "Like" se convirtieron en el "orgasmatrón" de nuestras generaciones y quizá en medio del silencio me entretenga con el recuerdo de muchos "Like" que no me sirvieron para nada...

Estás aún a mitad de camino porque sigues pensando equivocadamente, el dolor nunca es menor o se reduce o nos deja de importar, lo que cambia es nuestra capacidad para soportarlo... porque decidir entre callarse y estar en silencio son dos caminos distintos.

miércoles, 17 de agosto de 2011

El rótulo de ser fotógrafo...

Estoy muy lejos aún de atreverme a llamarme a mí mismo “fotógrafo”, más todavía cuando la académia (en este caso la de una facultad de artes) y sus vicios, que tanto detesté en mi paso por las ciencias sociales, casi aniquilan mis ganas de seguir soñando con la Fotografía y con sus posibilidades, además de planteármela como uno de los caminos para contar y documentar historias, así, en minúsculas. Sin embargo, a pocos días de montar las fotografías que fueron la muestra de mi trabajo durante aquella especialización, me consideré satisfecho y hasta cierto punto tranquilo y orgulloso con el trabajo realizado y con las decenas de dudas y cuestionamientos que me quedaron al final de ese proceso, porque quizá volví a encontrar la posibilidad de una grieta alternativa en mi formación como fotógrafo, un lugar hacia donde dirigirme con alguna certeza sabiendo que es posible que una vez más el panorama alrededor de “lo fotográfico” se me desdibuje en medio de la desazón y del hastío.


Pasé casi un año literalmente "lidiando" con mi ego y con los egos de quienes me rodearon en aquella especialización, algunos más grandes que otros pero casi todos totalmente seguros de su condición de fotógrafos. Sólo basta revisar sus perfiles de facebook, twitter, flickr o alguna otra de las redes sociales que tanto usamos y discutimos (redes que curiosamente catalogamos de una forma “crítica” como espacios en donde vendemos nuestra imagen como queremos que sea vista) para encontrar en la descripción personal el título de Fotógraf@, rótulo que parece cargar en las redes sociales y en nuestras relaciones contemporáneas un halo de sofisticación y chovinismo personal frente a una práctica que muchas veces se desarrolla como parte de una tendencia mediática o incluso inmersa en un escenario de la moda, un ejercicio muchas veces alejado de intereses profundamente críticos o sorprendentemente artísticos; ¿cuántas fotos en mi flickr me califican para etiquetarme como fotógrafo?, porque al tener también un blog estoy empezando a considerar la posibilidad de etiquetarme como escritor.


No estoy seguro de comprender en su totalidad los proyectos de algunos de mis compañeros y no me avergüenzo de reconocerlo y reconocérselos, pero debo aceptar que logré desarrollar una cierta sensibilidad visual y quizá artística (digo “quizá” porque no me atrevo a asegurarlo) que me permitió conocer otros discursos y otras posibilidades dentro de la realización fotográfica y de igual forma plantearme interrogantes y discusiones alrededor de lo que quiero lograr alguna vez como fotógrafo y también de lo que no quiero producir. Con esto me di cuenta al final que extrañé a lo largo de la especialización el trabajo documental, el desarrollo de la Fotografía como herramienta de la reportería.


Debo decir que al comienzo del proceso, la presencia de proyectos que se enmarcaban dentro de la realización documental y la reportería gráfica representaba el mayor de los intereses para mí, bien porque dentro de mi formación como fotógrafo ha sido la fotorreportería la encargada de hacerme apasionar por la Fotografía o porque siempre he considerado la reportería gráfica y documental como una de las formas más simple (que nada tiene que ver con fácil) y pasional de utilizar el lenguaje fotográfico para contar historias. Me sentía atraído por una especialización en Fotografía, desarrollada en medio de una de las facultades de artes más importantes del país, en la que el trabajo fotográfico documental y la fotorreportería eran vistos como una posibilidad importante dentro del desarrollo fotográfico de un proyecto de creación artística o como otro camino igual de interesante dentro del desarrollo fotográfico como la fotografía del artista plástico.


Me atraían esas ideas y me atraía la posibilidad de poder desarrollar un proyecto documental a lo largo de varios meses de especialización, pensando que seguramente a lo largo de los mismos meses la especialización me enfrentaría y me presentaría las herramientas y posibilidades que me ofrecía la fotorreporteria como vía de desarrollo para "ser" fotógrafo, herramientas mucho más profundas y consolidadas, inscritas mucho más allá de la costumbre en Colombia de “solucionar” la opción de la fotografía documental y de la reportería gráfica con una conferencia de tres horas al algún auditorio o con un seminario de algunas pocas semanas en alguna universidad.


Había un gran número de interrogantes que tenía planteados alrededor de la Fotografía y aún más en torno a la fotografía documental y a la fotorreportería, interrogantes que me sugerían un sin número de posibilidades dentro de la realización de mi proyecto y que me seguían representando un mágico y surreal interés por el trabajo fotográfico dentro del campo de la reportería gráfica y empezaba a plantearme cómo era posible la articulación del trabajo documental de la fotografía dentro de terrenos que aún hoy son totalmente desconocidos para mí como el arte y lo artístico. Sin embargo sucedió que desarrollé mi trabajo de fotorreportería documental casi en medio de la oscuridad de muchas sombras, de muchas preguntas sin respuestas y de muchas soledades metodológicas y técnicas porque fueron pocas las veces que aparecieron certezas en medio de las herramientas que pude recoger para el desarrollo de mi trabajo.


Por intereses y búsquedas personales había llegado a tropezarme y a emocionarme con el trabajo de fotorreporteros como los integrantes del Club del Bang-Bang: João Silva, Greg Marinovich, Ken Oosterbroek y Kevin Carter y por otra parte en Colombia, en medio del interrogante de lo documental y lo artístico había dado con el trabajo de personajes como Oscar Muñoz, Beatriz González, Luis Ospina, Jesús Echavarría, Santiago Harker, Manuel “H”, y otros como Leo Matiz y Nereo López a los que llegué por recomendaciones individuales específicas, personajes y trabajos que se convirtieron en herramientas y referentes importantes dentro del proceso de realización de mi trabajo y que muchas veces terminaron convertidos en pequeñas luces en medio de las sombras de interrogantes e incertidumbres acerca del trabajo en medio de la fotorreporteria y lo documental.


A la par sucedía que a lo largo del proceso de la especialización aquellos que se habían planteado trabajos documentales con ciertos matices de reportería gráfica, dejaban de lado sus intenciones para desarrollar trabajos más “profundos y artísticos”, cuando no fue que en algunos casos simplemente se dejó de lado la intención documental ante la dificultad de desarrollar un trabajo en medio de la incertidumbre, de la falta de herramientas metodológicas que permitieran superar muchos de los obstáculos que se interponían o de la ausencia de un discurso artístico convincente que pudiera sostener la intención de hacer simplemente reportería gráfica. Entonces solamente aparecía el trabajo realizado con Santiago Harker y sus propias conclusiones como referencia a lo que nos estábamos enfrentando quienes decidíamos desarrollar las posibilidades de la Fotografía documental y de la reportería gráfica: el poco interés en Colombia por este tipo de Fotografía y el menosprecio por parte del mundillo artístico y artistoide alrededor de la fotorreportería.


No fueron muchas más las referencias alrededor de esos intereses, más que quizá, alguna vez que se cuestionaba el papel del PhotoShop en el desarrollo contemporáneo de la Fotografía y dejaba en el aire la sensación de plantear a la fotorreportería como el escenario malsano y perfecto para la manipulación y la mentira de la imagen fotográfica. Fueron muchas las discusiones a lo largo del desarrollo de la especialización en torno a las discusiones de género, feminismo, historia, vanguardias, técnica, iluminación, montaje y otros intereses; en todas las clases y espacios siempre se hablaba de lo trascendental y profundo de lo fotográfico en el arte, del discurso de la forma y el fondo y de un sin número de categorías que a la larga terminan siendo el escenario de la múltiple interpretación y la subjetividad.


Resulta curioso que en alguna clase me hayan literalmente “regañado” por estar viendo fotos en una laptop y resulta aún más curioso que ese día precisamente haya estado distraído y me haya ganado un regaño por estar viendo las imágenes de los portafolios de Tim Hetherington y Chris Hondos, fotógrafos británico y estadounidense respectivamente, fotorreporteros y documentalistas, muertos días antes de aquella clase en medio del conflicto civil de Libia contra el régimen de Muammar al-Gaddafi. Aquel día sentí como si efectivamente fijar mi atención en la fotorreportería fuera una pérdida de tiempo, más cuando el tema de la muerte de dos fotógrafos, en medio del ejercicio de su trabajo y su pasión por la fotografía como una posibilidad de contar la historia desde otros lados, pasaba desapercibido y desconocido por casi todos, por aquellos días entusiasmados por la visita del fotógrafo artista Joan Fontcuberta, con fotos graciosas, interesantes y profundas, además que por ellas no hay que arriesgarse a que un mortero o una ráfaga de metralla le destroce la vida o que un actor armado de cualquier bando o algún civil se sienta vulnerado o atacado por la práctica fotográfica de otro individuo.


Fue entonces por aquellos días que entré decididamente en un silencio acomodado, más allá de mis intereses o de mis interrogantes me sentía en el lugar equivocado, extraño en un lugar en el que llegué con un interes despierto e innumerables dudas alrededor de la fotorreporteria y de la fotografía documental; más cuando alguna discusión lentamente se perdía en discursos personales alrededor del género, del lo que se considera “arte”, de lo realmente “innovador”, de lo interesante, del punctum, de la fotografía como pieza artística... al final terminé en silencio mi trabajo, mi reportaje gráfico sobre la cotidianidad de un pueblo en donde sus viejos aún son pescadores artesanales, terminé mi trabajo documental como punto de partida para encontrar las herramientas y las respuestas sobre la fotorreportería y el trabajo documental fotográfico, como el comienzo del proceso que me lleve alguna vez a que alguien pueda llamarme fotógrafo y me sienta con un par de certezas sobre eso, como ahora, que sigo con la certeza de que estoy lejos de atreverme a ponerme el rótulo de fotógrafo.


Nota: Cabe anotar que no fue hasta escribir esta "queja de 5 páginas" que me mostraron luces sobre el papel y la importancia de la fotografía documental en la historia de la Fotografía y su desarrollo como otro de los caminos de la práctica fotográfica, no sin antes cuantificar mi opinión (sí, es cierto que no hice el trabajo, pero es mejor o un 0.0 o un "sin nota" a saber que su opinión vale 2.0 o 1.2 o 3.5 para un "docente") o culparme porque no "investigué los contenidos de la especialización". Sumado esto a comentarios como que estaba "convirtiendo en héroes" a los fotorreporteros", o que la fotografía documental está obligada a "decir la verdad" y por eso es el paraíso del PhotoShop... esto cuando la verdad es aún lo más relativo de la sociedad.

lunes, 27 de junio de 2011

El abrigo del gato...

(Realidad y ficción alternativas de un cuento de María Paula Carvajal...).


El Abrigo del Gato... (Continuación alternativa).


La lluvia lo golpea cada vez con menos fuerza, parece que por algún momento la tormenta se marchará a otro lugar y en pocos minutos el vestigio más importante de la convulsión del cielo es el sonido serpenteante de las ruedas de los coches al rodar sobre las calles aún empapadas. Usted simplemente se desliza sobre la acera sin ponerse de pie, se acerca hasta el borde de la calle y se sienta justo a unos tres pasos de donde cayó su maletín, con su mirada hacia el cruce de los vehículos y dándole la espalda a un edificio de vidrios oscuros y reflectactes que ofrecen un panorama aterrador del cielo próximo, cargado de nubarrones grises y negros que se mueven lentamente hacia esa dirección.


Se fija en sus zapatos y en su ropa y se percata que está completamente mojado y que el lodo ha manchado buena parte de su atuendo, dejando ciertas marcas grises por todas partes que sólo por ahora le parecen una especie de maquillaje para esconderse, para desaparecer. Su maletín parece naufragar en medio de un charco en el que reposa un anuncio teatral viejo de algún montaje de “Dostoevsky”, antojándole la sensación de que aquel maletín simplemente podría ser parte de la utilería de aquella obra, quizá no sólo el cuadro del charco, quizás un plano más abierto que lo incluye a usted, una adaptación moderna de algún pasaje del San Petersburgo del siglo XIX, una mirada ajena sobre lo que usted cree ser, simplemente un acto preparado para entretener a algunos intelectuales que tratarán de descifrar con frases profundas su ridícula situación sentado en aquella calle.


Otra vez la imaginación lo distrae, aunque a veces está totalmente convencido que es la realidad la que no lo deja poner completa atención a lo que sucede alrededor; pasa una mujer caminando con prisa y el ruido, sí, el ruido de sus tacones contra el gris concreto de la acera parece funcionar como el chasquido de los dedos de un hipnotizador truculento. Recuerda el café, las ganas que tenía de café caliente, se arrastra hasta el maletín y le parece un absurdo que en medio de todas las cosas “útiles” que carga allí, no exista alguna que le permita conseguir un café en alguna tienda cercana. Con rabia arroja el maletín a la mitad de la calle y sólo alcanza a advertir el ensordecedor sonido de la bocina de un bus que sin desacelerar en lo más mínimo su marcha, pasa sus ruedas enlodadas sobre el maletín destruyendo grandes cantidades de archivos y documentos digitales encerrados en un aparato de mierda al que solía conectarse siempre que caminaba por la ciudad, cuando usted pretendía estar en otro lugar, en otro estadio de su mente.


Se levanta de la acera y entonces advierte que en los bajos del edificio de vidrios oscuros, lejos del portero que mira con desdén y asco hacia la calle, hay una anciana con un carro de esos que empujan llenos de tarros con café y aguas con infusiones de hierbas. La mujer le hace señas y le sonríe, de alguna encantadora forma para que usted se acerque hasta donde está ella, pero al intentar hablarle ella le extiende un vaso con agua extraña y le dice que el café no es bueno en estas situaciones, mientras le pone un poco de miel en el vaso que ya está entre sus manos. El vapor de la infusión de hierbas sube hasta su cara y el olor parece reconfortarlo, hasta por un momento se olvida que esta mojado y con la ropa llena de barro.


Se queda en silencio y se detiene a observar su maletín en la mitad de la calle, se imagina que si aquel “archivador” con sus documentos fuera gigante, de madera o de metal y no un aparato electrónico, probablemente aquel bus se hubiera volcado y producido un gran desastre al salir disparado contra los bajos del suntuoso edificio, lleno de personas en aquella hora final del día.

De pronto otra vez, un salto en el espacio tiempo y usted puede ver como otro bus de la misma ruta viene con la misma velocidad por la calle; se acaba la bebida de un solo trago y salta corriendo hacia la calle y una vez más el bus no desacelera su marcha porque otra vez algo le es arrojado en su paso de forma intempestiva, sólo un brusco salto, gritos aterradores y luego un desolador silencio...


...Camina despacio por el corredor de la casa, siempre le ha gustado sentir la tierra húmeda bajo sus pies recién se levanta para ir a la cocina a buscar café. Entra y el olor a leña y el humo ya inundan todo el ambiente y los primeros rayos del Sol que logran atravesar los agujeros de las tejas de barro rebotan contra el humo formando pequeños tubos de luz que parecen reflectores de un viejo teatro. Toma una jarra de café y sale a sentarse en una vieja banca de madera tosca que hay en el patio y allí está esa danza que siempre le ha gustado ver, cuando las nubes y la niebla empiezan a levantarse sobre los campos sembrados y se alejan entre las montañas, sintiendo el frío luchando por doblegar su cuerpo y rendirlo en busca de algún abrigo. Ya no lleva la cuenta de cuánto tiempo lleva allí, parece no importarle, pero a veces, sólo a veces se pregunta una y mil veces lo mismo: quién desapareció?, usted o él y con el café pretende esconder esa duda, mientras entre sus pies se pasea un gato gris manchado con tintillas negras, que parece ser recuerdo de una historia que no cesa...

domingo, 12 de junio de 2011

La pesca de una historia...

Aquella última tarde en la que estuve haciendo fotos en las playas de pesca de Taganga, me senté sobre un palo viejo de trupillo a esperar junto con el resto de pescadores la orden para halar el chinchorro a la playa y sacar el pescado, así pasaba el tiempo yo, con la cámara colgada del cuello esperando el instante para hacer una foto o pescando, aunque quizá al final fueron más las veces que pasé los días pescando, porque mientras de aquella forma impertinente me convertía en testigo presencial de la cotidianidad de un oficio que tal vez es imposible configurar en unas pocas imágenes, cada cuento y cada retazo que lograba conocer de la larga historia de aquel pueblo de pescadores sólo me convencían de que nunca tendría mejor cámara fotográfica que la que tenía en mi cabeza, más sin embargo, de alguna forma simple y sencilla trataría de dar cuenta, en algunas de mis fotografías, de un pedazo de aquella historia ancestral que lleva generaciones escribiéndose sobre las aguas del Mar Caribe y que aún hoy se resiste a desaparecer de la memoria de decenas de hombres que siguen entregándole su vida al mar y a la arena.


Y entonces también ocurrió, en una de aquellas tardes en las que estaba sentado en alguna de las playas de pesca, quizás en Genemaca, quizás en La Aguja, en medio de la espera, escuchando las historias de uno de aquellos pescadores que pasaba la tarde fumando tabaco enrollado y tejiendo un paño para uno de los chinchorros, mientras al fondo se escuchaba el golpeteo de las fichas del dominó contra la improvisada tabla de juegos, me levanté de la arena, caminé hasta donde estaba mi mochila, tomé la cámara y entonces me di cuenta que nadie se percataba de mis movimientos, había logrado por instantes hacer parte de aquella cotidianidad que había visto desde afuera, así entonces, en aquellos instantes en los que la cámara parecía desaparecer, podía sacar los retazos y las imágenes para armar mi historia sobre los pescadores de Taganga, sentado junto a la mesa del dominó, halando un chinchorro o con los viejos tejiendo, teniendo siempre la certeza que detrás de cada imagen habrá una historia que poco a poco se esconderá en la memoria de un pueblo y el silencio.