Aún permanecía en el aire el olor de la tierra húmeda, ese mismo olor que me hacía recordar mis sueños y también mis pesadillas, llevaba varias horas allí sentando observando hacia la calle de enfrente, había llegado a aquel refugio improvisado después de huir toda la mañana de la tormenta y fue al girar en una de las esquinas de aquel viejo barrio cuando me encontré un gigante portón negro y envejecido sobre el cual se levantaba un pequeño balcón que lograba detener la lluvia. No tenía cómo medir el tiempo o quizás era imposible hacerlo, pero me imaginaba que era tarde y aunque todo el día la oscuridad lo había cubierto todo y a toda la ciudad, los rayos de luz se alejaban del cielo anunciando la llegada de la noche, que esta vez sería más fría que de costumbre.
Había estado toda la tarde bajo aquel pequeño balcón escapando del frío y de la melancólica tormenta que se había apoderado de la ciudad; el balcón no era muy grande, tal vez tendría dos metros de largo y uno de ancho desde la fachada de la casa hacia la calle, bueno realmente lo imaginaba, nunca había sido bueno para las proporciones y las medidas y siempre veía las cosas más extrañas de lo que eran. A pesar de su tamaño, aquel pequeño balcón había logrado detener la tormenta sobre el enmohecido portón junto al cual me había sentado para huir de las calles bombardeadas por agua pero para ese momento ya solo eran algunas pequeñas gotas las que caían de su borde. La lluvia había terminado unos pocos instantes después de que me senté allí pero bajo aquel techo sentía un hálito reconfortante que me mantuvo sentado en aquel lugar por varias horas, observando los riachuelos que serpenteaban por la calle y los desnudos esqueletos de los árboles que había enfrente, de los cuales colgaban ramas y pedazos de corteza que se asemejaban a jirones de piel arrancados con rabia por algún demonio.
Me quedé mirando el vapor que exhalaba el asfalto de la calle y quise desahogarme de la misma forma, saqué un cigarrillo que cargaba en el bolsillo hacía varios días, estaba un poco arrugado y húmedo pero seguro serviría para soportar el frío de la noche que llegaba. Era tarde y la oscuridad ya se había apoderado del callejón y mis ojos no podían discernir las siluetas del lugar más allá de unos pocos metros, hasta el final de la calle solo se veía una pesada bruma que parecía acercarse y cerrarse sobre mi cuerpo y todo el aire que tenía para respirar se enrarecía con un olor lúgubre que se acentuaba como un fuerte licor de muerte.
Apagué el cigarrillo con mis dedos cuando lo llevaba a la mitad, era una extraña costumbre que había heredado de algún viaje, pero está vez lo apagué por simple cortesía porque cuando la última brasa de tabaco se apagó, en el preciso instante en que el humo de mi última bocanada llegaba al techo de aquel balcón, el miedo sin decir nada se sentó justo a mi lado, yo, sin reparar mucho en él veía la calle negra como de costumbre, pero ahora quizás el cansancio de correr siempre en ella, hizo que mis ojos vieran con terror la oscura bruma que tantas noches había surcado. Me recogí un poco contra el portón procurando abrigarme para soportar el frío y cerré los ojos para huirle a la oscuridad de la calle porque la de adentro ya sabía soportarla, creo que hasta llegué a dormitar por algunos segundos con una sensación de seguridad porque pensé que el pequeño balcón sobre mi cabeza me protegería si llegaba la tormenta, pero de vez en cuando abría los ojos y la oscuridad estaba allí, tratando de tragarme, buscando la forma de engullirme.
Tomé entre mis dedos lo que quedaba del cigarrillo y cuando lo traté de encender para ocupar la mente en otra cosa, un grito de muerte quebró el silencio y la noche se iluminó a mi alrededor anunciando la llegada de la tormenta, traté desesperadamente de refugiarme contra la pared y contra el portón pero esta vez aquel pequeño balcón que se levantaba sobre mí se veía consumido por la furia de aquella noche, se veía tan débil ante la implacable lluvia que algunos pedazos de ladrillo y pintura enmohecida comenzaron a caer cerca de mis pies, bajé la mirada y un segundo destello en medio de la noche me permitió ver al otro lado de la calle. En ese instante quedé paralizado, allí, sola e inmóvil estaba ella, con su mirada destrozó mi aparente calma y mi terrible miedo, ella estaba allí, lejos pero enfrente, pálida, lúgubre y delgada como la muerte aunque parecía que ella misma lo fuese porque llegaba allí para destruirme.
Alcancé a verla por algunos segundos hasta que giró su cuerpo y comenzó a perderse en medio de la bruma que yo trataba de evitar bajo el pequeño balcón, ella se detuvo un momento cerca de los árboles que se batían furiosos tratando de abrazarse para soportar la tormenta y volvió a mirarme, sin embargo esta vez algo cambió, ocurrió que esta vez que me miraba la furia ya no estaba más del otro lado de la calle, esta vez estaba en mis ojos, pero por qué?, quizás era tiempo de recordar el miedo?, quizás era tiempo de volver a la bruma?, quizás era otra vez tiempo de enfrentar la tormenta?. Prendí el cigarrillo y me levanté sobre los escalones del portón, crucé la calle y sin preguntarle empecé a caminar junto a ella quien mantuvo la mirada hacia el suelo hasta que luego de unos pocos pasos se detuvo y me suplicó tirándome de la ropa que regresáramos a mi refugio bajo el pequeño balcón, la miré fijamente y al verme entendió lo que pasaba… el descanso de aquella tarde trémula bajo mi pequeño balcón había terminado, otra vez volvía a mi eterna noche, a la eterna muerte.
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