domingo, 30 de mayo de 2010

Corazón en venta...

Le dolían los ojos, llevaba mucho tiempo sentado en aquella acera, tenía los ojos rojos de tantos cigarrillos que había fumado pero de vez en cuando alguna valiente lágrima sofocaba el ardor en sus ojos. La luz en la ventana de enfrente se había apagado hacía mucho rato, no había, no tenía razones para seguir sentado en aquel escalón o quizás si las había pero él las dejaba pasar de largo como los trenes que solía dejar pasar cuando aún era temprano, en realidad para ese momento no le importaba mucho la razón. Seguía allí sentado y al terminar cada uno de los cigarrillos y arrojarlos al suelo, dejaba su mirada clavada en el asfalto y concomitantemente empezaba un silencioso conteo en su mente, contaba hasta cinco, hasta diez, contaba hasta mil, hasta un millón quinientos setenta y siete mil quinientos cinco, contaba hasta las nubes y hasta gatos, contaba ovejas o contaba hasta el mar y se devolvía otra vez contando y cuando terminaba de contar hasta donde contara, levantaba sus ojos esperando ver una luz en aquella ventana pero lo único que pasaba era que alguna de sus lágrimas aparecía para sofocar el humo del último cigarrillo que aún humeaba en el suelo.


Cuando volvió su mirada al suelo y buscó en medio de la oscuridad sus cigarrillos, sus manos encontraron una pequeña piedra junto a la cajetilla que le recordó sus primeras veces leyendo rocas. Tomó la piedra entre una de sus manos y se levantó de la acera por primera vez en toda la noche, sus ojos brillaban tanto que la calle parecía iluminada por la furia de mil soles, clavó su mirada en aquella ventana y le dio impulso a su mano para arrojar con toda su fuerza la piedra que recién había encontrado, pero estando allí parado en medio de la noche viendo hacia la oscuridad que esa ventana le ofrecía lo entendió todo, se detuvo en el mismo lugar y el el mismo pequeño instante y miró la piedra de cerca por un rato y la guardó en uno de sus bolsillos. Miró otra vez hacia la ventana y comprendió que ni esa ni mil rocas más grandes que aquella eran necesarias, no tenía que golpear aquella ventana porque adentro sabían que él estaba allí afuera, entendió que la misma luz que se había encendido hacía unas horas en la tarde era la misma que ahora estaba apagada, entendió que era hora de ir a dormir y no pensar más, justo allí parado en medio de la oscuridad entendió por qué las estrellas fugaces son las más bonitas de todas, su luz se enciende tan solo un segundo pero el deseo que pedimos se queda para siempre en el aire.


Trató de sonreír un poco y tuvo que apretarse con sus brazos para soportar lo que sentía, se agachó para recoger sus cigarrillos y se fue caminando lentamente calle abajo, se detuvo y miró hacia la ventana por última vez y en ese preciso instante en el reflejo que esta producía vio una estrella fugaz atrave(z)ar la noche, esperó a que se disipara la luz de la estrella y se quitó las lágrimas de los ojos, ya era tarde en aquella madrugada y ahora solo pensaba en comer algo para quitar el vacío de su panza, sin embargo muy adentro sabía que a pesar del dolor, ese dolor de panza no era tan malo, tan solo era la sensación de guardar tantos deseos en los bolsillos...


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