jueves, 1 de julio de 2010

Y nada más...

…Y ella apareció, estaba allí parada bajo la fuerte lluvia, conversaba con alguien que soportaba la lluvia sólo por estar junto a ella, pero él sentado en uno de los escalones de aquel viejo edificio que se había convertido en su casa, odiaba verla, odiaba ser un idiota que miraba, odiaba ser un maldito cobarde y haber encontrado una vez sus ojos, odiaba no soportar la lluvia junto a ella. Él siempre estaba allí, ella de vez en cuando lo miraba como cuando alguien mira la noche estrellada y ve una estrella más, de esas opacas y lejanas en las cuales la gente no se detiene mucho, así lo miraba ella, a veces solo a veces y cuando ella se cansaba por fin de la lluvia, subía los escalones y pasaba justo al lado de él dejando caer una hoja en blanco, una hoja en la que todos los días en el mismo escalón aparecía un cuento.


Pero ese siguiente día no hubo lluvia, ya era tarde y no llovía, había algunas nubes grises y una bruma espesa se asentaba pero no llovía, el viento traía notas melancólicas y parecía triste pero aún así parecía imposible que cayera alguna gota. Ella llegó hasta los escalones para recoger su cuento pero la hoja que había arrojado la tarde anterior no aparecía por ningún lado, buscó hasta el último escalón pero nada aparecía, allí no había ni cuento ni escritor. Se sintió extraña, era la primera vez que él no había dejado su cuento pero ¿cómo reclamarle?, si ella tan solo sabía que él vivía en algún rincón de aquel edificio, no sabía nada más de él, nunca se había sentado a su lado a soportar la lluvia, solo lo miraba a veces y antes de irse le tiraba la hoja en blanco para su próximo cuento…


…Pensando en eso nunca le había hablado, ni siquiera para darle las gracias por alguno de sus cuentos ni para discutirle cuando el final de alguno no le gustaba, se sentía rara, él no significaba nada para ella pero se sentía extraña, trató de no pensar en nada y se sentó justo en el escalón en donde se sentaba aquel escritor. -¡Levántate!- ella escuchó y giró su cuerpo para ver quien hablaba y allí atrás, unos escalones arriba, estaba él con los ojos llenos de furia. -¡Que te levantes!- volvió a gritar él, -¡talvez seas la Muerte pero no tienes derecho a poner tu fría sombra sobre mis cuentos!-. Ella se levantó y ahí en el escalón estaba el viejo libro en donde el escondía sus cuentos y las hojas que le dejaba, entonces ella lo miró fijamente, -¿Muerte, cómo te atreves a llamarme así?, ¡además yo solo buscaba mi cuento!.


Él bajó los escalones y sin mirarla (quizá no era capaz de hacerlo) tomó sus hojas y su libro, buscó un momento pasando los dedos por los bordes y sacó una, se la entregó y se sentó con el resto de hojas y su libro entre las manos. En aquel instante la bruma se disipó y la lluvia comenzó a caer sobre el edificio pero él la soportaba toscamente y allí, junto a él, se sentó ella a leer su nuevo cuento esperando encontrar la respuesta al “nombre” que él le había dado. Leyó todo el cuento, tres veces lo leyó pero no encontró nada en el cuento que respondiera por qué el la había llamado “Muerte”, entonces se levantó, guardó la hoja y suspiró hacia el escritor pero este ni se inmutó así que ella bajó los escalones y se perdió en la lluvia…


Él estaba escribiendo en una de sus hojas: “allí estaba, fría, pálida, lánguida, lúgubre, sombría, se desvanecía y era una desconocida, pero lo único que tengo seguro en la vida es ella y justo allí al lado se había sentado, allí junto a mi estaba la Muerte, por fin la tenía cerca y la única estupidez que le dije fue que la odiaba”. Terminó de escribir esa nota y cerró su libro, levantó la mirada hacia la lluvia y se sorprendió que ella venía hacia él, no traía ninguna hoja en blanco en las manos, -¿ya no quiere cuentos?- se preguntó con tristeza y bajó la mirada esperando que ella seguiría de largo, quizá lo que le había dicho la había molestado.


Pero ella no siguió el camino de los escalones, se detuvo y otra vez se sentó junto a él, suspiro un momento y le dijo con los ojos iluminados por lágrimas, -yo no soy la Muerte escritor- y giró con sus manos la cara de él hacia ella, -yo no soy la Muerte, solamente la conozco tanto que me parezco a ella-. Él sonrió como cuando era niño, abrió sus hojas y le entregó la nota que acababa de escribir, la tomó de la cara y le dijo: -¡Por fin entendiste mi cuento, el problema es que yo a ti te conozco tanto que pensé que eras ella!-. Miró hacia la lluvia y luego volvió a mirarla, cerró los ojos y otra vez habló: -Yo sé que no eres la Muerte-. Ella se sorprendió y le pregunto que por qué ahora le decía que lo sabía, entonces él abrió los ojos y suspiró antes de hablar: -porque con la Muerte ya no siento miedo pero en cambio con tu alma y con tus ojos este tonto escritor se aterra y se estremece-. Entonces le dio un beso a ella en la frente, se levantó de aquel escalón y se perdió en el fondo del viejo edificio, ya era tarde, para ese momento él ya estaba muerto, ella ya lo había matado...


12:59 Lullaby...

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