domingo, 8 de agosto de 2010

Eran casi las diez...

…Eran casi las diez de la noche, sentía ganas de llamar para despedirme porque ella era la única que no sabía que me iba tal vez para siempre, pero quizá ya había sido suficiente todo el dolor que había producido en mi casa la noticia de que me marchaba. A pesar de las continuas intenciones de alejarme del cigarrillo, me acerqué a una de las tiendas de la terminal de buses y compré un cigarro. Tal vez se me notaba en la cara el dolor de dejar atrás esta ciudad porque la mujer que me atendió decidió no cobrármelo. Encendí el cigarrillo y me acerqué caminando hasta el gigante ventanal que permitía ver la partida y la llegada de los buses, cada uno repleto de historias y mundos, de lágrimas, de alegrías y de promesas de regresar algún día, sentía una profunda tristeza pero irme y dejarlo todo atrás era uno de mis sueños.


Me acerque a una banca y me senté a mirar pasar la gente por la plazoleta, después de un rato allí mirando a todos y a nadie, saqué de mi maleta un pequeño cuaderno y un lápiz viejo y durante un momento hice algunos rayones por toda la hoja tratando de dibujar algo, sin embargo los muñecos que dibujaba no tenían ningún sentido, simplemente de esa forma, haciendo rayones, trataba de soportar la espera que sufría mientras me permitían abordar el bus que me llevaría lejos de este país. Metí las manos en los bolsillos de la chaqueta y con la mano derecha encontré el boleto del autobús, allí se leía que a la media noche saldría el bus que esperaba, justo a media noche partiría de mis sueños para cumplir otro, justo en medio de la oscuridad saldría de mi ciudad sin la certeza de volver, justo a media noche me alejaría de todo lo que tenía y de lo que nunca pude tener.


Estuve cabizbajo algunos minutos después de pensar eso, tenía ganas de llamar a muchas personas y despedirme pero sentía que mi partida y mi ausencia sólo le importaban a muy pocas personas, sin embargo cuando pensé en llamarla a ella, no pude responder si ella me extrañaría o no, no sabía si yo le iba a hacer falta, no podía responder eso. Me levanté de la silla y fije la mirada en uno de los relojes de la Terminal, eran las 22:38 de la noche. Bajé la mirada hacia el inmenso corredor de la estación de buses tratando de perderme entre los afanes de quienes corrían para alcanzar las ventanillas de registro, pensaba lo larga que sería la espera en medio de la tristeza y me imaginaba que aquella espera sería menos dolorosa si ella llegase por una de las puertas de acceso y me acompañara hasta la media noche.


Quizás si ella estuviese aquí acompañándome, no sentiría el dolor que soportaba al ver cómo el reloj se acercaba como un verdugo con pies de plomo a las 00:00. Tenía muchas ganas de despedirme de ella pero quizá a ella no le importaba despedirse porque casi siempre estuvimos lejos uno del otro, por su locura y por la mía, por sus miedos y por los míos, porque ella talvez nunca quiso estar cerca o porque yo no supe hacerle falta. Volví a ver el boleto del autobús y sentí ganas de que fueran no uno sino dos los boletos que estaban en mi bolsillo, que fueran dos los boletos que esperaban la media noche y que junto a mi maleta hubiera otra cargada con los sueños de ella.


Fijé otra vez mis ojos en el reloj y mientras veía como pasaban lentamente los minutos caminé hasta uno de los teléfonos de la Terminal, marqué el número de su teléfono móvil y hablamos un instante, un breve instante, hablamos sobre la universidad y las clases, sobre las vacaciones, sobre sus trabajos, sobre mis cuentos extraños, sobre su gato y sobre mi perro, hablamos de todo y no hablamos de nada. Ella me dijo después de un rato que tenía sueño y que estaba estresada y que prefería que habláramos otro día, le dije que no había problema pero nunca le mencione que en menos de una hora me iba para siempre, le dije que se cuidara de todos sus fantasmas y le dije que la quería mucho, sin embargo después de la última frase hubo por algunos segundos un ensordecedor silencio al otro lado del teléfono y luego un frío “chao”.


Colgué el teléfono y fui caminando lentamente hacia la silla en donde estaba mi maleta, busqué algunas monedas y fui a comprar otro cigarrillo. Pagué el que debía de antes y compré una caja entera porque el frío, la soledad y la tristeza me atormentaban, volví otra vez al ventanal a esperar que llegara mi bus y saqué un cigarrillo y lo encendí…


…Tal vez cuando llegue a mi destino le escriba un cuento diciéndole que me fui, además alguna vez me dijo que le gustaba recibir por lo menos mis cuentos.

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